El conflicto ruso-estadounidense en Ucrania no es por Ucrania. Es por imperio. Los propagandistas de Occidente comparan las acciones rusas en Ucrania con la invasión de la Alemania nazi a Checoslovaquia en 1938 bajo el pretexto de defender a la gente de etnia alemana, y concluyen que se debe detener al expansionismo ruso antes de que sea muy tarde. Pero Putin alega lo mismo desde el ángulo opuesto: Estados Unidos y sus aliados están siguiendo el camino de la Alemania nazi al intentar engullir a Europa oriental y desmantelar a Rusia en aras de la dominación mundial. A pesar de las importantes diferencias en las dos épocas, incluyendo el papel de la misma Alemania, ambos bandos tienen razón.
En discursos recientes para justificar la anexión de Crimea, Putin puso la cuestión en términos de defensa propia. Haciendo referencia a la promesa del ex presidente estadounidense H.W. Bush a Mijaíl Gorbachov de que la OTAN no se iba a expandirse hacia el Este si el líder soviético aceptara la reunificación de Alemania, Putin dijo: “Nos han mentido muchas veces, toman decisiones a nuestras espaldas, nos ponen ante hechos consumados. Así sucedió con la expansión de la OTAN hacia el Este, y con el despliegue de infraestructuras militares en nuestras fronteras [el emplazamiento de misiles de Estados Unidos en Polonia con el pretexto de proteger a Europa de Irán]. Siguen diciéndonos lo mismo: ‘Pues esto no les concierne a ustedes’. Decirlo es muy fácil”. (The New York Times, 26 de marzo de 2014) En la sesión de preguntas y respuestas de su conferencia de prensa anual, se quejó de que Occidente estaba tratando a Rusia como una potencia derrotada, cuando ese no era el caso, y dijo: “Miren a Yugoslavia. La dividieron y empezaron a manipularla. Eso es lo que quieren hacer con nosotros”. Concluyó que Rusia no tenía más opción que impedirle a la OTAN expulsarla de su baluarte naval en Crimea y tomarse el mar Negro. (BBC, 17 de abril de 2014)
Las maniobras de Putin en Ucrania no son una simple cuestión de defensa propia. Si bien Rusia tiene una necesidad intrínseca por Ucrania que Estados Unidos no tiene, más importante aún es la posición de Ucrania en un juego más grande y prolongado: la industria de Ucrania (incluyendo la aeroespacial y la producción de armamento) y su ubicación estratégica (incluyendo los gasoductos que la cruzan) son esenciales para la capacidad de Rusia de proyectar su poder económico y militar en la escena mundial. Ahora mismo Rusia espera usar el control sobre Ucrania para aflojar más las restricciones de Estados Unidos sobre Alemania. Con el tiempo esto podría transformar toda la dinámica de las amenazas a la hegemonía estadounidense, con todo lo que eso podría implicar para China y países como Irán y Siria, llevando a una situación mundial diferente.
Los medios alemanes han trazado las conexiones entre las dos situaciones que han creado la atmósfera política de hoy: la crisis de Ucrania, en la que Estados Unidos quiere castigar a Rusia a costa de las relaciones comerciales de Alemania con Moscú, y las revelaciones del informante Edward Snowden sobre la Agencia de Seguridad Nacional (NSA por sus siglas en inglés) de que Estados Unidos espía todas las telecomunicaciones y el tráfico de internet en Alemania, hasta el teléfono personal de la canciller Ángela Merkel. En vez de desvanecerse, el resentimiento se encarniza cada vez más en la medida en que Estados Unidos niega la exigencia del gobierno alemán de entregar las grabaciones y transcripciones. Lo que une las dos situaciones es la percepción pública de que Estados Unidos considera que Alemania plantea algunos problemas serios.
En un ensayo ampliamente comentado en Der Speigel en línea, Christiane Hoffmann escribió: “Los alemanes y los rusos mantienen una relación especial… El debate sobre el papel de Rusia en la crisis ucraniana polariza más que cualquier otro asunto en la política alemana actual… Va directo al corazón de la cuestión de la identidad de Alemania. ¿De qué lado nos ponemos cuando se trata de Rusia?... Entre más se alzan voces que de un lado condenan las acciones de Rusia en Ucrania, más se alzan las que defienden una compresión más profunda de una Rusia humilde y asediada; a la vez que se alzan voces que ponen en la picota a Rusia por violar la ley internacional en Crimea, también lo hacen los alemanes que plantean acusaciones contra Occidente… Es justo decir que cuando se trata de la cuestión de su afiliación con Occidente, Alemania es un territorio dividido”. (www.speigel.de, 9 de abril de 2014)
La veracidad de la afirmación de Hoffmann se ilustró de manera gráfica cuando el ex canciller alemán Helmut Schroeder decidió celebrar su cumpleaños con Putin. En el escándalo suscitado, algunas importantes figuras alemanas desestimaron la relevancia actual de Schroeder. Pero el ministro de relaciones exteriores Frank-Walter Steinmeier, un aliado cercano de la canciller Merkel en el centro de la actual política alemana, también ha expresado su oposición a los deseos de Estados Unidos de que Berlín rompa con Rusia.
En una reciente entrevista Steinmeier empezó diciendo: “No quiero pensar siquiera en una escalada militar entre Occidente y Oriente… porque en Europa todos sin excepción pagaríamos el precio”. (www.spiegel.de, 28 de abril de 2014) Eso en sí muestra unas diferencias con Obama y sus representantes. Luego de una conversación telefónica con Merkel, Obama empezó a decir que la opción militar “no se baraja para el caso de Ucrania”. (Washington Examiner, 17 de abril de 2014) Pero antes y después su gobierno ha hecho crecientes maniobras militares agresivas. El comandante estadounidense de la OTAN, quien tiene el poder de actuar sin consultar a otros miembros de la OTAN, envió aviones AWACS (de mando y vigilancia) y cazabombarderos a sobrevolar Polonia y Rumania, junto con más buques de guerra a ejecutar maniobras en el mar Báltico y 600 tropas de tierra estadounidenses a Polonia, Lituania, Letonia y Estonia hasta nuevo aviso. Apelando a la OTAN y no a la diplomacia, el secretario de Estado estadounidense John Kerry advirtió: “Puedo garantizar lo siguiente: Estados Unidos y nuestros aliados defenderemos a Ucrania”. (Reuters, 29 de abril de 2014)
Estados Unidos ciertamente puede sentir que no tiene opciones militares buenas —potencialmente exitosas—, pero tales maniobras militares solo pueden entenderse como una amenaza de represalia violenta. Esto no significa un retorno a las condiciones de los años 80, cuando la guerra mundial estaba de forma explícita en la baraja por parte de ambos bandos (recuerden la tristemente famosa “broma” del presidente Ronald Reagan en 1984: “Compatriotas estadounidenses, me complace decirles que he firmado la ley que declara ilegal a Rusia para siempre. Empezamos a bombardearla en cinco minutos”). Pero la situación de hoy es sumamente peligrosa porque hay mucho en juego y ningún bando puede permitirse la derrota.
Además de no repetir las amenazas militares de Washington (y Londres) hacia Rusia, en su entrevista Steinmeier tampoco amenaza a Putin con un castigo económico. Esto también es importante, porque si bien no dependen de las armas alemanas, las esperanzas estadounidenses en el éxito de la presión no militar sobre Rusia descansan más directamente en la amenaza de cortar los vínculos económicos de Alemania con Rusia. De lo contrario, a lo que se refiere Obama con “la consecuencias” si Rusia avanza, no sería gran cosa.
En cambio, Steinmeier hace énfasis en el potencial resultado positivo de un acuerdo ruso-europeo: “la inversión extranjera que Rusia necesita urgentemente para su modernización”. La modernización de la industria rusa en colaboración con Alemania, y la fusión de los recursos energéticos rusos con el capital alemán, le generan una preocupación real a Estados Unidos.
Sin minimizar la seriedad de la situación (“la peor crisis desde el final de la Guerra Fría”) y advirtiendo que “Rusia está jugando un juego peligroso”, Steinmeier no dice nada sobre la necesidad de defender la integridad territorial de Ucrania. A cambio, hace referencia al “difícil legado de Ucrania… con un montón de conflictos étnicos, religiosos, sociales y económicos sin resolver”, indicando que el problema principal en Ucrania son las divisiones entre ucranianos. Y, lo que es peor para Estados Unidos, el ministro de relaciones exteriores de Alemania considera que la raíz de los problemas actuales está en que se viniera abajo el acuerdo del 21 de febrero, igual que plantea Putin. Ese acuerdo firmado por el presidente Víctor Yanukovich y la oposición, con intermediación de Alemania, Francia y Polonia, previó un arreglo negociado de la crisis política con la formación de un gobierno de unidad, la retirada de ambos bandos de las calles, el desarme de civiles y nuevas elecciones presidenciales.
Estados Unidos quería impedir un acuerdo de ese tipo —“Que se joda la Unión Europea”, increpó la subsecretaria de Estado estadounidense Victoria Nuland en su tristemente célebre filtrada llamada al embajador estadounidense en Ucrania. Aunque las circunstancias de la repentina huída de Yanukovich tras el acuerdo son turbias, Putin correctamente señala que Estados Unidos ha hecho todo lo posible por frustrar los intentos rusos de revivir el acuerdo al respaldar a los elementos anti-rusos más recalcitrantes.
En la sesión de preguntas y respuestas, Putin criticó a Yanukovich por ignorar su consejo de usar la fuerza para garantizar la materialización de ese acuerdo en vez de dejarse tumbar por los “fascistas”. Esto nos lleva a la cuestión de qué está sucediendo dentro de la misma Ucrania. Si bien eso está determinado en últimas por este contexto internacional, se tiene que analizar como un proceso en sí mismo dentro de este contexto, particularmente en términos de clases.
El régimen respaldado por Washington se mantiene unido por su oposición a Rusia. El primer ministro, Arseniy Yatsenyuk, es el hombre de Estados Unidos mencionado en la llamada de Nuland. El presidente interino es Aleksandr Turchínov. Estos dos hombres, cuyo futuro depende de Estados Unidos, son miembros del partido Patria dirigido por la ex primera ministra Yulia Timoshenko. Decir que es un partido de los ucranianos “oligarcas” es plantear lo innegable. Pero ésta es una cuestión complicada, porque los capitalistas monopolistas ucranianos, como de forma más precisa debería llamárseles, no están unidos, y sin duda no de una manera estable.
En ninguna parte es más obvia esta volatilidad que en la figura de la misma Timoshenko. Una de los recientemente surgidos capitalistas monopolistas más poderosos del país, igual que muchos de éstos ella se volvió rica de la noche a la mañana haciendo negocios con Rusia, en este caso pasó de ser propietaria de una tienda de videos a jefe de un gigante de la energía que comercia el gas ruso. Es sin duda la política más popular del país y tal vez sea la única política tradicional de alcance nacional. Criada como ruso-hablante, dice que se hizo nacionalista ucraniana por convicción. Es conocida por sus peroratas anti-rusas, hasta sugirió que Obama debería amenazar con desencadenar una guerra nuclear para mantener a Crimea como parte de Ucrania. (entrevista “Charla con Al Jazeera”, 8 de marzo de 2014). Pero Timoshenko era también considerada la preferencia personal de Putin en las elecciones presidenciales ucranianas de 2010 —y fue respaldada por Merkel. A finales de abril fue a Donetsk a “escuchar las quejas de los manifestantes [pro-rusos]” — posicionándose como la única capaz de lograr un acuerdo negociado. Como camaleónica estratega de marca mayor, ella personifica la desesperación y volatilidad de la clase dominante ucraniana.
Estas cualidades le dan un significado especial a la incorporación en el nuevo gobierno de Kiev de Svoboda (Libertad), un partido antes llamado nacional-socialista con un símbolo tipo esvástica, y del Pravy Sektor (Sector de Derecha), una coalición de formaciones paramilitares más o menos abiertamente fascistas. Los combatientes de estos dos grupos precipitaron la abrupta partida de Yanukovich y la creación del nuevo régimen. Las golpizas y amenazas por parte de miembros de Svoboda en los estrados del parlamento —así como la necesidad de enfrentar una nueva situación política— obligaron a parlamentarios del Partido de las Regiones, partido del ex presidente, a aprobar al nuevo gobierno tras la huída de éste. (Los parlamentarios de Svoboda se grabaron a sí mismos golpeando al director de un canal de televisión estatal para obligarlo a renunciar, y subieron el vídeo a YouTube). Aunque es un partido pequeño arraigado principalmente en el extremo occidente de Ucrania, Svoboda ahora tiene puestos clave, incluyendo al vice-primer ministro (Aleksandr Sych, un cruzado anti-aborto conocido por sus posiciones homofóbicas y por sus declaraciones acerca de que la violación es causada por el estilo de vida de las mujeres), el vocero delegado del parlamento (las palabras “azote parlamentario” le aplican literalmente), el procurador general y la seguridad nacional. El jefe del Sector de Derecha es el director delegado de seguridad nacional.
El poder de esos hombres se extiende más allá de sus puestos gubernamentales. Se podría decir que a cierto nivel les dieron esos cargos por su poder, su control de bandas armadas, aunque esa no es toda la historia. Un factor que los hace tan importantes es que la policía, los servicios de seguridad y las fuerzas armadas están divididos de arriba a abajo entre sentimientos y lealtades pro-rusos y anti-rusos. Un periodista describió así la situación: “La agencia nacional de inteligencia de Ucrania, la Agencia de Seguridad del Estado, conocida como la SBU, está tan infestada de informantes rusos que cuando el director de la CIA John O. Brenman llegó hace poco a Kiev en un viaje supuestamente secreto, los medios estatales rusos revelaron rápidamente su visita y la declararon como evidencia de que Washington estaba manejando los hilos en Ucrania”.
“En repetidas ocasiones la SBU ha alardeado de pillar a supuestos operativos rusos en el oriente, pero no ha hecho pública ninguna evidencia que soporte las afirmaciones de Kiev de que la violencia en el oriente sea orquestada y financiada por Moscú, un fracaso que ha comprometido los esfuerzos de Ucrania para competir, por lo menos en el oriente de Ucrania, con la narrativa de Moscú sobre la injerencia de Occidente”.
“En contraste, Alfa [las fuerzas especiales], parecen funcionar, pero se ha apagado su ánimo de servicio porque las están investigando por servir anteriormente al ex presidente ucraniano, el Señor Yanukovich”. (New York Times, 14 de abril de 2014)
Aun cuando otras fuerzas políticas no están de acuerdo con la política de los combatientes fascistas, y pueden que no confíen en ellos (al igual que Svoboda y el Sector de Derecha odian en especial a Timoshenko y a otros miembros del Establecimiento político), pueden contar con estos hombres para lidiar implacablemente con cualquiera que perciban como pro-ruso sin importar el status que tenga, sea alto o bajo.
Ha sido desconcertante la capacidad, de relativamente pocos hombres armados pro rusos, de ocupar las oficinas del gobierno ucraniano en el oriente de Ucrania en las narices de la policía y las fuerzas armadas. El que sean civiles o en realidad soldados rusos no cambia eso, y las entrevistas que se han hecho a éstos y a otras personas indican que al menos en su mayoría son voluntarios locales (Le Monde, un artículo de Tim Judah en the New York Review of Books y BBC.co.uk, todos del 29 de abril de 2014). Queda claro, al cierre, que ha habido una falta de luchar en su contra, no sólo de parte de las fuerzas de la policía que a menudo se quedan cruzadas de brazos, sino también de parte del ejército y hasta las fuerzas especiales. Muchos reclutas ucranianos cumplen servicio en sus regiones de origen, y los reporteros han señalado su falta de ganas de combatir contra otros ucranianos del oriente además de que al parecer esta pasividad parece extenderse hasta el nivel de mando. Las destituciones y contra-destituciones de los jefes de las fuerzas armadas también podrían estar relacionadas con las escisiones en la cúpula. Han despachado a los combatientes de Svoboda y el Sector de Derecha a los puntos candentes a fin de reforzar lo que las autoridades de Kiev llaman de mal agüero "operaciones anti-terroristas".
También genera desconcierto, al verse a civiles, incluyendo a muchos que no son jóvenes ni están en forma, haciendo fila para alistarse en las fuerzas armadas nacionales en Ucrania occidental. ¿Por qué llamar a las filas a voluntarios auto-escogidos, en vez de a los reservistas entrenados y organizados? Se ha informado ampliamente que las milicias fascistas están integrándose a las fuerzas armadas, y eso podría ser para ayudar a dirigirlas y obligarlas a ponerse en la debida forma política.
Es evidente que Estados Unidos valora los servicios de esos grupos. El conocido senador estadounidense John McCain se reunió con el líder de Svoboda en diciembre de 2013, y en marzo de 2014 el secretario de Estado John Kerry apareció públicamente en una tarima de Svoboda. Pero puede que también exista el germen de un conflicto potencial, como tal vez se vislumbró en marzo con el asesinato de un prominente líder de Sector de Derecha, un caso que parece que el gobierno no tiene prisa en aclarar. Estas fuerzas son básicamente más nacionalistas ucranianas y anti-rusas que pro-Estados Unidos, y por lo menos en algunos casos no son para nada pro-Estados Unidos. El ascenso en Hungría del gobernante partido Fidesz y del partido Jobbic demuestra que en Europa oriental ser en extremo nacionalista, religioso y anti-semita no necesariamente les imposibilita de ser pro-rusos, no solo en las relaciones exteriores sino incluso hasta en la declarada simpatía por lo que Putin llama su “doctrina euroasiática” que busca darle un barniz ideológico a la actitud desafiante de Rusia con Occidente.
Cuando Putin llama a estos hombres “una partida de neo-nazis y anti-semitas”, tiene a la historia de su lado. Los nacionalistas ucranianos de hoy, incluyendo a Svoboda y al Sector de Derecha, se consideran herederos de los nacionalistas ucranianos que se unieron a los invasores fascistas alemanes y rumanos que combatieron a la Unión Soviética durante la Segunda Guerra Mundial. El nacionalismo ucraniano está irremediablemente entrelazado con el oscurantismo clerical, con el fanatismo y pogromos anti-judíos y anti-polacos.
Pero lo que está sucediendo en Ucrania no se rige por un conflicto étnico y religioso, aunque con frecuencia se expresa según tales grietas. Oponerse al Estado ruso no es exactamente lo mismo que estar contra la gente de la etnia rusa, aunque para alguna gente las dos cosas están inevitablemente relacionadas. No es obvio que un bando sea más antisemita que el otro, aunque tanto Estados Unidos como Rusia han tratado de pintar eso como un asunto que motiva el conflicto. La ideología juega un papel sumamente importante —los patriarcas de la Iglesia Ortodoxa con sedes rivales en Kiev y Moscú le rezaban a dios para golpear a los seguidores del otro bando en los pregones de la semana santa, lo cual sería una auto-parodia si tantas vidas humanas no estuvieran en juego— pero ni el nacionalismo ucraniano ni el nacionalismo ruso son uno mejor que el otro ni como ideología o programa político, y mucho menos bajo las circunstancias actuales. También se apela poderosamente a los intereses estrechos y cínicos. El PIB per cápita, el nivel de vida según la medición del Índice de Desarrollo Humano, la tasa de natalidad, la expectativa de vida y la población han caído en Ucrania desde la época soviética. Solo ha aumentado la migración. Mucha gente, especialmente entre las clases medias educadas, sueña con el estilo de vida de Europa occidental, mientras que otros esperan que Rusia acuda a su rescate.
Además, el centrarse en el fascismo ha llevado a algunas fuerzas izquierdistas o de la “sociedad civil” a respaldar a políticos como Timoshenko con la esperanza de que vayan a contener a la extrema derecha. Irónicamente, esta misma ilusión ha llevado a otras fuerzas a respaldar a Rusia. Esta no es una conceptualización precisa de lo que está sucediendo — el conflicto principal no es entre defensores de una forma de gobierno abiertamente terrorista o una democrático-burguesa.
Fundamentalmente el problema es el capitalismo. Hoy ese sistema ha producido una explosiva combinación de una población desesperada que no solo está profundamente insatisfecha con lo que les ha tocado en la vida sino están resentida y se siente engañada, y una clase dominante dividida y desesperada no solo por sobrevivir como capitalistas frente al capital occidental y ruso sino por deshacerse de la dominación y poder expandirse por su cuenta.
La corrupción imperante en la clase dominante ucraniana puede ser un crimen de oportunidad, pero también revela la falta del tipo de oportunidades de negocios que han llevado a riquezas mucho más fabulosas en los países capitalistas más exitosos. Un vistazo a la economía de Ucrania explica algunos de los factores detrás que motivan la debilidad y las grietas de su clase capitalista.
Por razones históricas, la economía está conectada estructuralmente con la de Rusia de dos maneras. Sus compañías acereras, de concreto, de astilleros y aeroespaciales están diseñadas para ajustarse a las exigencias y especificaciones rusas, y a su vez esta industria pesada no puede ser rentable sin energía barata (rusa). La agricultura moderna del país, orientada hacia la exportación también depende de la energía y es igualmente dependiente de los mercados del Este en este momento. Puede ser posible que la economía de Ucrania sea reestructurada completamente, pero no está claro cómo podría hacerse a corto plazo o bajo las condiciones de la agobiada economía imperialista global de hoy. Ahora mismo Ucrania hace que Grecia se parezca a un país próspero y económica y fiscalmente fuerte. Si bien Occidente y Rusia han estado esgrimiendo sus enormes arcas públicas y seguramente ambos preferirían perder muchos miles de millones que perder a Ucrania, básicamente no está claro qué podrían hacer en verdad.
Lo que está sucediendo en Ucrania no se trata de la economía en el limitado sentido de ganancias y pérdidas inmediatas. Tanto Rusia como Occidente están peleando por tomarse a un país en quiebra. A largo plazo buscan saquearlo, y el botín podrían ser muchísimas riquezas, pero éste no es su interés inmediato. Ningún capitalista individual, mucho menos ninguna potencia imperialista, puede jugar a la defensiva. Todos enfrentan la compulsión a expandirse o morir a manos del mercado, y en una escala mundial las formaciones rivales de capital imperialista con bases nacionales constituyen barreras para la expansión del otro.
En ese sentido, puede considerarse a Ucrania como un símbolo de lo que ofrece el capitalismo en el mundo de hoy.
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