¿Sigue siendo el 8 de marzo un día necesario de reivindicación? Las comunistas decimos que sí: en el marco del sistema capitalista las mujeres trabajadoras nos encontramos sujetas a unas condiciones de especial opresión basadas en la explotación asalariada y en la servidumbre doméstica que perpetúan nuestra dominación. El trabajo remunerado de las mujeres bajo el capital no supuso en forma alguna nuestra liberación del trabajo del hogar, sino que cargó sobre nuestros hombros el peso del trabajo reproductivo de la familia al tiempo que se nos reservaba un mundo laboral especialmente precario.
Hoy, en el Estado español 2 de cada 3 trabajos precarios son
ocupados por mujeres, siendo el 23% de ellos temporales. Una de cada
cuatro mujeres jubiladas está en situación de pobreza, casi la totalidad
de personas que reciben la pensión mínima son mujeres y nos situamos en
la cabeza de países europeos con mayor tasa de paro femenino. Además,
la mitad de las madres solteras están en situación de pobreza. En el
caso de las mujeres trans el paro asciende a un 80%, y en el caso de las
mujeres migrantes, representan el 25% de las desempleadas y los
trabajos a los que pueden acceder son siempre de baja cualificación y
bajos salarios durante la mayor parte de su vida, por no mencionar que
quedan en una situación de irregularidad administrativa una vez pierden
sus trabajos y pueden ser expulsadas del país, ya que según la Ley de
Extranjería, sin contrato de trabajo no pueden renovar su permiso de
residencia ni de trabajo.
La situación de las mujeres se ha visto agravada con la crisis y
las condiciones existentes desde la pandemia. La situación de
confinamiento, la falta de medidas de conciliación o alternativas a la
escuela presencial, las nuevas formas de teletrabajo o la pérdida de
empleo femenino ha reforzado en muchos casos el papel de las mujeres
como cuidadoras (que representan el 72% del sector de los cuidados).
Pese a que hemos ocupado la primera línea en la crisis sanitaria, esta
relevancia no ha repercutido de forma alguna en nuestras condiciones
laborales, pues ni las empresas ni el Estado nos ha garantizado
protección contra el virus: aglomeraciones en el transporte público,
avalancha de ERTEs, despidos masivos, falta de EPIS… Además, esta crisis
sanitaria y económica está suponiendo para muchas mujeres, la
agudización de las situaciones de violencia machista dentro del hogar,
viéndose forzadas a convivir con su maltratador de forma continua y
permanente, como se ha visto reflejada en el incremento del 44% de las
llamadas al 016 durante el confinamiento.
¿Cómo hemos respondido las mujeres trabajadoras ante estas
agresiones durante todos estos años? En la última década nos hemos
movilizado en contra de la violencia sexual, a favor de nuestros
derechos reproductivos, contra los feminicidios y contra la Justicia
Patriarcal, nos hemos organizado en nuestros barrios, en asambleas de
vivienda, en colectivos feministas y sindicatos. Así, las más
explotadas, las mujeres migrantes, también han comenzado a responder
ante la situación de semiesclavitud a que se ven abocadas. La mayoría de
estas luchas formaron parte de la convocatoria de la primera huelga
general del 8 de marzo en 2018, que contó con un gran impacto social y
que se sigue convocando en algunos territorios a día de hoy.
Por todo ello, el Día Internacional de la Mujer Trabajadora no se
trata, simplemente, de un día simbólico, de un día de celebración de
las “Mujeres en general”, sino que es y ha sido históricamente una
batalla por los derechos de las mujeres obreras, a pesar de que la
propia ONU y algunos Estados institucionalizaron el 8M, y lo renombraron
suprimiendo su carácter de clase. Pero, al final del día, las que
libran la batalla en las calles, los barrios y centros de trabajo somos
las mujeres trabajadoras. El origen del 8 de Marzo es nuestro; somos las
hijas del ayer. Tanto es así, que el día de la mujer trabajadora fue
una propuesta de las comunistas alemanas en 1910, encabezadas por Clara
Zetkin para la Segunda Conferencia Internacional de Mujeres Socialistas.
Este testigo se recogió por las mujeres socialistas de varios países y
en el caso de Rusia, sirvió para acercar a las mujeres trabajadoras a
las posiciones revolucionarias. Así, tal y como lo vivió Kollontai, el 8
de marzo de 1917 sirvió para que las mujeres trabajadoras fueran las
primeras en alzar la bandera contra el Zar en el inicio de la Revolución
Rusa. Las comunistas ligaron una reivindicación de los derechos de las
mujeres con la lucha política por sus intereses de clase.
Así pues, las mujeres comunistas no podemos conformarnos con las
reivindicaciones interclasistas, sino que tenemos que vincular el 8 de
Marzo con la lucha de clases y rechazar la ideología liberal que oculta
los intereses de clase entre las mujeres, precisamente porque es la
postura que defiende gran parte de la burguesía, en especial las mujeres
burguesas. Éstas, como históricamente han sido excluidas del poder
político y económico, encuentran en el feminismo liberal una herramienta
idónea para alcanzarlo: luchan por ser las jefas de una empresa,
presidentas de un gran banco, defienden la igualdad formal de derechos,
la “revolución feminista” a través del consumo, la libertad individual o
cambios superficiales en la esfera cultural, pero todo ello sin apuntar
en ningún momento a las causas reales de la desigualdad y sometimiento
de las mujeres. Este discurso es incluso asumido desde las filas del
reformismo y la socialdemocracia, aunque defienda de palabra los
intereses de las “mujeres vulnerables” y copen los movimientos sociales.
El reformismo busca equidad en las instituciones del Estado y empresas
mientras que abandona a las obreras, pues no garantiza, incluso estando
en el Gobierno, la paralización de los desahucios de familias obreras o
la dotación suficiente a los servicios de atención a mujeres víctimas de
violencia de género. Pero no toda la burguesía defiende estas posturas
liberales. La extrema derecha abandera las posiciones más reaccionarias
contra las mujeres: persigue suprimir la Ley de Violencia de Género y
todos los derechos LGTB, aumentar las jornadas parciales, flexibilizar
los horarios de trabajo, asegurar el coste cero para las empresas en las
bajas relacionadas con el embarazo, excluir de la Sanidad Pública a las
mujeres obreras migrantes o eliminar la cobertura pública para el
aborto. No hay más que ver qué desea la extrema derecha para las mujeres
trabajadoras para darse cuenta de que no es simplemente una ideología y
una política reaccionarias, sino el proyecto de un sector de la
burguesía en un capitalismo agonizante, que busca la superexplotación de
la clase obrera en general, y de las mujeres trabajadoras en
particular.
Queda claro que ningún proyecto político institucional
defiende la emancipación real de las mujeres trabajadoras, pues todos
ellos acaban perpetuando la explotación asalariada, el servilismo
doméstico y la violencia machista.
¿Pero acaso hay salida bajo la sociedad capitalista? El Estado burgués es incapaz de asumir las demandas básicas del movimiento feminista: erradicación de los feminicidios, socialización del trabajo doméstico, igualdad retributiva, protección de las mujeres víctimas de violencia de género o de las obreras embarazadas en sus trabajos. No podemos obviar que la lucha de las mujeres ha logrado avances legales, políticos y culturales, como la despenalización del aborto y del adulterio, la legalización del divorcio sin causa, etc. Pero tampoco podemos obviar que el modo de producción capitalista continúa sometiéndonos a a una violencia y explotación descarnadas, y en especial, a los millones de mujeres proletarias de los países dominados del Sur Global, que trabajan en condiciones de semiesclavitud en las industria textil, alimenticia y tecnológica, o se ven abocadas a la prostitución y al alquier de sus vientres de alquiler, todas ellas para satisfacer las demandas del mercado occidental.
Por ello, las mujeres comunistas no podemos limitarnos
simplemente a apoyar las luchas inmediatas de las mujeres, sino que
también tenemos la responsabilidad de ofrecer y construir un proyecto de
emancipación femenina real que cuestione y supere las relaciones de
producción capitalistas, que vaya más allá de la igualdad formal que nos
propone la legalidad burguesa, las medidas cosméticas del liberalismo y
los parches del reformismo. Debemos allanar el camino a la sociedad
comunista, que no sólo abolirá el trabajo asalariado, sino también la
eterna carga femenina que supone el trabajo reproductivo y la división
sexual del trabajo. Y para ello sólo nos queda una vía: la participación
de las mujeres en la organización revolucionaria y la construcción del
Partido Comunista, pues como diría la revolucionaria alemana Clara
Zetkin, la revolución socialista necesita la participación de las
mujeres tanto como las mujeres obreras necesitan su completa liberación.
Mujeres obreras y comunistas, ¡derribemos la sociedad capitalista, construyamos la organización comunista!
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