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Gran conmoción causó el video donde aparece Iván Márquez haciendo una
nueva “declaración de guerra”, acompañado de Jesús Santrich, Romaña y
el Paisa, entre otros firmantes de los acuerdos de La Habana en el
Teatro Colón en Bogotá.
Inmediatamente el Gobierno y los distintos partidos se pronunciaron condenando tal decisión; el títere presidente Duque prometió combatirlos, le puso una millonaria tarifa a las cabezas de los dirigentes y, por ahí derecho, hizo corresponsable al gobierno de Maduro en la decisión de Márquez y sus amigos.
“Estados Unidos repudia enérgicamente los recientes llamamientos para que se vuelva al conflicto y la violencia del pasado en Colombia”, dijo entre otras el vocero de la Casa Blanca en Colombia.
Sus excompañeros, hoy en el partido politiquero, Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común en cabeza de Timochenco, también condenaron la decisión de volver a tomar las armas y deslindaron campos: «estamos convencidos que el camino de la paz es el acertado (…) siento vergüenza por lo que hicieron estos compañeros, pero es una decisión individual que no compromete la decisión colectiva que tomamos al firmar los acuerdos en el Teatro Colón”.
El falso Partido Comunista (mamerto) junto con la Unión Patriótica también condenaron el hecho argumentando que“representa un hecho político con graves consecuencias para el proceso de implementación del acuerdo de paz, así como para la perspectiva de la lucha democrática en el país”.
En una posición a medias tintas, como para quedar bien con todos, el Movimiento por la Defensa de los Derechos del Pueblo – MODEP dijo que la decisión de Márquez y compañía de proseguir por la vía de las armas el “proyecto revolucionario” es el resultado del “sabotaje intencionado del acuerdo de paz suscrito por la insurgencia y el Estado” a manos de Uribe-Duque.
Y hasta las Autodefensas Gaitanistas de Colombia se pronunciaron en la misma línea de Márquez y el Modep argumentando que el incumplimiento de los acuerdos generaba riesgos para la paz y que el proceso debe ser completo con todos los actores armados (incluidos los paramilitares) garantizándoles a todos la vida y la reincorporación, pronunciándose a favor de un nuevo diálogo y acuerdo de paz.
En resumen, a coro los partidos de la reacción y del reformismo (demócratas pequeñoburgueses y oportunistas) condenaron la retoma de las armas y sólo el MODEP y las Autodefensas, la justificaron en el incumplimiento de los acuerdos.
Para el proletariado revolucionario la decisión de Márquez y sus amigos, no es nada extraño. No solo porque la paz de los ricos sigue siendo guerra contra el pueblo como denunció desde los diálogos y como confirman los hechos posteriores a la firma del Acuerdo de La Habana, con las masacres, desplazamientos, asesinatos, etc… No solo porque, como también lo advirtió desde el principio, por la experiencia de la historia de firma de acuerdos de paz y de amnistías en Colombia, siempre han terminado con el asesinato sistemático de los sublevados firmantes. Tampoco porque se trata de que una facción fascista esté interesada en la guerra por la guerra como dicen algunos…
Por allá en mayo de 2013, en el folleto “Sin revolución no habrá paz para el pueblo” se publicó una serie de artículos deRevolución Obrera donde se decía y denunciaba a propósito del carácter de la guerra, la firma de acuerdos y entre otras cosas lo siguiente:
“Las guerrillas firman acuerdos y los des firman con facilidad. Así firmen un acuerdo, la paz no se logra en Colombia porque además, hay una gran contradicción interburguesa que conduce a la guerra permanentemente y es la renta diferencial de la tierra. Mientras no arreglen el problema de cómo repartirse dicha diferencia de utilidades, entre todos los sectores de la burguesía, pueden firmar la paz primero con las AUC, después con las FARC, después con el ELN, con los rastrojos, etc., pero no habrá paz duradera.
Pueden firmar paz con un sector e inmediatamente prenderse la guerra con el otro. Tan es así, que en las zonas donde las guerrillas abandonaron o retrocedieron militarmente ya están los rastrojos o los urabeños, u otros con el nombre de disidencia de las FARC, etc. Es que los narcóticos, al ser la segunda o tercera rama de la producción en Colombia, impulsa la lucha armada”.
En efecto, la guerra ha continuado, porque la renta diferencial o ganancia extraordinaria de la tierra que proporciona principalmente el cultivo y procesamiento de la hoja de coca es el motor que impulsa la confrontación armada, a donde cada día se desplazan nuevos capitales, como confirman los estudios indicando la vinculación de los carteles mexicanos al negocio, así como que el asesinato de dirigentes campesinos e indígenas se concentra especialmente en las regiones donde se ha originado un “crecimiento exponencial de los cultivos de uso ilícito” después de la firma del acuerdo con los jefes de las FARC.
De ahí que las declaraciones de Márquez y sus amigos sobre retomar las armas, no sorprenden a los revolucionarios, como no sorprenden sus frases demagógicas sobre el derecho a la rebelión y la palabrería sobre el relanzamiento de la lucha iniciada en Marquetalia. En realidad, la guerra anunciada por Iván Márquez no es una guerra popular, como creen algunos ingenuos, ni representa una amenaza al régimen de la esclavitud asalariada; en el folleto citado se caracterizó correctamente esa guerra que ahora anuncia Márquez continuar:
“Hace parte de una guerra reaccionaria contra el pueblo; no es contra los ricos sino por la riqueza; sus armas [de las FARC] han contribuido al despojo y destierro de los campesinos pobres y medios. Su terror no es el inevitable terror revolucionario del movimiento de masas alzado en odio contra sus centenarios opresores, sino terror reaccionario por intereses burgueses donde nada importan las victimas del pueblo”.
“La pérdida de la perspectiva revolucionaria llevó a las FARC, desde los años 80 del siglo pasado, a comprometerse en la defensa de los terratenientes, burgueses e imperialistas, a cambio del “impuesto de guerra” o “vacuna”. A incursionar en el negocio de los sicotrópicos (coca y amapola) pasando de cobrar el “impuesto” a “cuidarles” los cultivos a los narcos, llegando luego a convertirse en productora y comercializadora de narcóticos”.
El discurso “guerrerista” de Iván Márquez y sus amigos, en política no va más allá de la lucha por un “mejor gobierno” dentro del actual Estado reaccionario, en economía ni una palabra contra la propiedad privada capitalista y su régimen de esclavitud asalariada, por lo cual, no significa un rompimiento con lo que están haciendo sus excompañeros en el establo parlamentario. Todo el alegato se reduce a que negociaron mal porque entregaron las armas a cambio de promesas y, por consiguiente, todo su propósito ahora se concentra en negociar mejor. Levantarse en armas contra el Estado no hace a nadie revolucionario de por sí como enseña la historia, y mucho menos cuando se levantan las armas para predicar y presionar la paz con los enemigos de los trabajadores.
Los comunistas revolucionarios persisten en su llamado a la base revolucionaria de las FARC, a no dejarse engañar, ni por las condenas insulsas del abierto defensor de los explotadores Timochenco, ni por las frases mentirosas de Iván Márquez.
Los compañeros revolucionarios en las filas de las FARC deben unir sus esfuerzos a los de los marxistas leninistas maoístas que pugnan por construir el Partido de la Revolución. Un Partido de la clase obrera que sea capaz de dirigir la lucha de todos los explotados y oprimidos para destruir con la violencia revolucionaria de las masas, con la Guerra Popular, el Estado burgués, terrateniente y proimperialista, y para construir sobre sus ruinas el nuevo Estado de obreros y campesinos que garantice la abolición de la propiedad privada sobre los grandes medios de producción y la construcción del socialismo. La destrucción del Estado burgués sigue siendo hoy la apremiante necesidad de la sociedad colombiana, la tarea política inmediata del Programa de la Revolución y no la paz con los enemigos.
Comité de Dirección – Unión Obrera Comunista (mlm)
Agosto 31 de 2019
Inmediatamente el Gobierno y los distintos partidos se pronunciaron condenando tal decisión; el títere presidente Duque prometió combatirlos, le puso una millonaria tarifa a las cabezas de los dirigentes y, por ahí derecho, hizo corresponsable al gobierno de Maduro en la decisión de Márquez y sus amigos.
“Estados Unidos repudia enérgicamente los recientes llamamientos para que se vuelva al conflicto y la violencia del pasado en Colombia”, dijo entre otras el vocero de la Casa Blanca en Colombia.
Sus excompañeros, hoy en el partido politiquero, Fuerza Alternativa Revolucionaria del Común en cabeza de Timochenco, también condenaron la decisión de volver a tomar las armas y deslindaron campos: «estamos convencidos que el camino de la paz es el acertado (…) siento vergüenza por lo que hicieron estos compañeros, pero es una decisión individual que no compromete la decisión colectiva que tomamos al firmar los acuerdos en el Teatro Colón”.
El falso Partido Comunista (mamerto) junto con la Unión Patriótica también condenaron el hecho argumentando que“representa un hecho político con graves consecuencias para el proceso de implementación del acuerdo de paz, así como para la perspectiva de la lucha democrática en el país”.
En una posición a medias tintas, como para quedar bien con todos, el Movimiento por la Defensa de los Derechos del Pueblo – MODEP dijo que la decisión de Márquez y compañía de proseguir por la vía de las armas el “proyecto revolucionario” es el resultado del “sabotaje intencionado del acuerdo de paz suscrito por la insurgencia y el Estado” a manos de Uribe-Duque.
Y hasta las Autodefensas Gaitanistas de Colombia se pronunciaron en la misma línea de Márquez y el Modep argumentando que el incumplimiento de los acuerdos generaba riesgos para la paz y que el proceso debe ser completo con todos los actores armados (incluidos los paramilitares) garantizándoles a todos la vida y la reincorporación, pronunciándose a favor de un nuevo diálogo y acuerdo de paz.
En resumen, a coro los partidos de la reacción y del reformismo (demócratas pequeñoburgueses y oportunistas) condenaron la retoma de las armas y sólo el MODEP y las Autodefensas, la justificaron en el incumplimiento de los acuerdos.
Para el proletariado revolucionario la decisión de Márquez y sus amigos, no es nada extraño. No solo porque la paz de los ricos sigue siendo guerra contra el pueblo como denunció desde los diálogos y como confirman los hechos posteriores a la firma del Acuerdo de La Habana, con las masacres, desplazamientos, asesinatos, etc… No solo porque, como también lo advirtió desde el principio, por la experiencia de la historia de firma de acuerdos de paz y de amnistías en Colombia, siempre han terminado con el asesinato sistemático de los sublevados firmantes. Tampoco porque se trata de que una facción fascista esté interesada en la guerra por la guerra como dicen algunos…
Por allá en mayo de 2013, en el folleto “Sin revolución no habrá paz para el pueblo” se publicó una serie de artículos deRevolución Obrera donde se decía y denunciaba a propósito del carácter de la guerra, la firma de acuerdos y entre otras cosas lo siguiente:
“Las guerrillas firman acuerdos y los des firman con facilidad. Así firmen un acuerdo, la paz no se logra en Colombia porque además, hay una gran contradicción interburguesa que conduce a la guerra permanentemente y es la renta diferencial de la tierra. Mientras no arreglen el problema de cómo repartirse dicha diferencia de utilidades, entre todos los sectores de la burguesía, pueden firmar la paz primero con las AUC, después con las FARC, después con el ELN, con los rastrojos, etc., pero no habrá paz duradera.
Pueden firmar paz con un sector e inmediatamente prenderse la guerra con el otro. Tan es así, que en las zonas donde las guerrillas abandonaron o retrocedieron militarmente ya están los rastrojos o los urabeños, u otros con el nombre de disidencia de las FARC, etc. Es que los narcóticos, al ser la segunda o tercera rama de la producción en Colombia, impulsa la lucha armada”.
En efecto, la guerra ha continuado, porque la renta diferencial o ganancia extraordinaria de la tierra que proporciona principalmente el cultivo y procesamiento de la hoja de coca es el motor que impulsa la confrontación armada, a donde cada día se desplazan nuevos capitales, como confirman los estudios indicando la vinculación de los carteles mexicanos al negocio, así como que el asesinato de dirigentes campesinos e indígenas se concentra especialmente en las regiones donde se ha originado un “crecimiento exponencial de los cultivos de uso ilícito” después de la firma del acuerdo con los jefes de las FARC.
De ahí que las declaraciones de Márquez y sus amigos sobre retomar las armas, no sorprenden a los revolucionarios, como no sorprenden sus frases demagógicas sobre el derecho a la rebelión y la palabrería sobre el relanzamiento de la lucha iniciada en Marquetalia. En realidad, la guerra anunciada por Iván Márquez no es una guerra popular, como creen algunos ingenuos, ni representa una amenaza al régimen de la esclavitud asalariada; en el folleto citado se caracterizó correctamente esa guerra que ahora anuncia Márquez continuar:
“Hace parte de una guerra reaccionaria contra el pueblo; no es contra los ricos sino por la riqueza; sus armas [de las FARC] han contribuido al despojo y destierro de los campesinos pobres y medios. Su terror no es el inevitable terror revolucionario del movimiento de masas alzado en odio contra sus centenarios opresores, sino terror reaccionario por intereses burgueses donde nada importan las victimas del pueblo”.
“La pérdida de la perspectiva revolucionaria llevó a las FARC, desde los años 80 del siglo pasado, a comprometerse en la defensa de los terratenientes, burgueses e imperialistas, a cambio del “impuesto de guerra” o “vacuna”. A incursionar en el negocio de los sicotrópicos (coca y amapola) pasando de cobrar el “impuesto” a “cuidarles” los cultivos a los narcos, llegando luego a convertirse en productora y comercializadora de narcóticos”.
El discurso “guerrerista” de Iván Márquez y sus amigos, en política no va más allá de la lucha por un “mejor gobierno” dentro del actual Estado reaccionario, en economía ni una palabra contra la propiedad privada capitalista y su régimen de esclavitud asalariada, por lo cual, no significa un rompimiento con lo que están haciendo sus excompañeros en el establo parlamentario. Todo el alegato se reduce a que negociaron mal porque entregaron las armas a cambio de promesas y, por consiguiente, todo su propósito ahora se concentra en negociar mejor. Levantarse en armas contra el Estado no hace a nadie revolucionario de por sí como enseña la historia, y mucho menos cuando se levantan las armas para predicar y presionar la paz con los enemigos de los trabajadores.
Los comunistas revolucionarios persisten en su llamado a la base revolucionaria de las FARC, a no dejarse engañar, ni por las condenas insulsas del abierto defensor de los explotadores Timochenco, ni por las frases mentirosas de Iván Márquez.
Los compañeros revolucionarios en las filas de las FARC deben unir sus esfuerzos a los de los marxistas leninistas maoístas que pugnan por construir el Partido de la Revolución. Un Partido de la clase obrera que sea capaz de dirigir la lucha de todos los explotados y oprimidos para destruir con la violencia revolucionaria de las masas, con la Guerra Popular, el Estado burgués, terrateniente y proimperialista, y para construir sobre sus ruinas el nuevo Estado de obreros y campesinos que garantice la abolición de la propiedad privada sobre los grandes medios de producción y la construcción del socialismo. La destrucción del Estado burgués sigue siendo hoy la apremiante necesidad de la sociedad colombiana, la tarea política inmediata del Programa de la Revolución y no la paz con los enemigos.
Comité de Dirección – Unión Obrera Comunista (mlm)
Agosto 31 de 2019
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