Los Cuadernos de la cárcel de
Antonio Gramsci son una de las obras marxistas del Siglo XX que más
influencia ha logrado en los más variados ámbitos. Publicados luego de
su muerte en ediciones temáticas por el PCI, fueron objeto de amplias
instrumentalizaciones realizadas por ese partido, que buscó basar en la
autoridad de Gramsci su política de “vía italiana al socialismo” primero
y “compromiso histórico” después.
La publicación de la edición crítica de los Cuadernos de la cárcel a
cura de Valentino Gerratana en 1975 abrió un curso nuevo en el
conocimiento, interpretación y recepción de la obra del comunista sardo.
En los años ’80 en América Latina, Gramsci fue leído como una
referencia para las “transiciones a la democracia” que dejaron más
amarguras que alegrías incluso en algunos de sus defensores más
entusiastas. En esos momentos, la disolución del PCI en Italia y el
retroceso del marxismo en los marcos de la ofensiva neoliberal del
capitalismo, implicaron una “década a luz apagada” para el propio
pensamiento de Gramsci en su país de origen, mientras la influencia de
sus ideas se expandía en otros países, multiplicándose en las décadas
siguientes, llegando a una suerte de auge que coincidió con el 80
aniversario de su muerte el año pasado.
El desarrollo de los estudios gramscianos
en Italia (que incluye la elaboración y publicación en curso de una
nueva edición crítica de los Cuadernos de la cárcel) y otros
países ha permitido a su vez un conocimiento filológico más preciso de
su obra, contribuyendo a desmontar ciertas coordenadas de interpretación
muy fuertes pero relacionadas con los contextos históricos anteriores:
Gramsci como teórico del consenso, Gramsci como teórico del cambio
cultural, Gramsci como teórico de la hegemonía en democracia. Pero su
legado sigue siendo un campo de batalla. Porque está sujeto a distintas
interpretaciones, de las cuales podemos destacar la lectura posmarxista
de Laclau y Mouffe, pero también el reciente revival de la
interpretación “eurocomunista” de Gramsci por Syriza y PODEMOS. En ese
marco, repasaremos algunos tópicos planteados en los Cuadernos, para intentar alguna reflexión posterior sobre su actualidad.
Entender y combatir al Estado.
Gramsci escribe en octubre de 1931: “El
Estado (en su significado integral: dictadura + hegemonía” (C6 §155).
Esta fórmula sintetiza un conjunto de problemas.
Generalmente se considera que Gramsci
tuvo el mérito de señalar que la dominación burguesa en Europa
Occidental no se basaba solamente en la represión sino también en el
consenso. Si bien esto es parte de su planteo, presentarlo solamente de
esa forma es una interpretación un poco reductiva de su pensamiento. A
la distinción elemental entre Oriente (Rusia con su autocracia zarista) y
Occidente (Europa con sus democracias parlamentarias), Gramsci agrega
una cuestión fundamental que hace más compleja la mera explicación de la
dominación por el consenso: el análisis en los cambios de las formas
del poder estatal ante el desafío de las masas movilizadas por la guerra
y el ascenso posterior a la Revolución rusa, que va desde la criris del
parlamentarismo y el desarrollo de fenómenos bonapartistas y
cesaristas, hasta el fascismo que es un caso extremo de esta tendencia.
Por decirlo sintéticamente, el Estado
avanza sobre la “sociedad civil” burocratizando y estatizando partidos y
sindicatos, que antes mantenían una independencia relativa o absoluta
(según las orientaciones políticas) respecto de la autoridad estatal.
Desde otra óptica, Trotsky realizó en 1940 un análisis emparentado, a
propósito de un fenómeno de carácter internacional que abarcaba los
países fascistas, la URSS de Stalin y los capitalismos “democráticos”:
la estatatización de los sindicatos y el crecimiento de tendencias
bonapartistas (es decir formas de poder estatal que se salen el marco
puramente parlamentario apostando a una autoridad fuerte o a un mayor
peso del aparato burocrático-policial-militar).
Revolución pasiva y Revolución permanente.
Polemizando con las ideas del filósofo
Benedetto Croce, Gramsci critica las concepciones que buscan reducir la
lucha de clases a un enfrentamiento con límites pre-establecidos y
transforman la dialéctica en un lento proceso de evolución reformista.
Esta reflexión se une con el tratamiento de otra temática relevante en
los Cuadernos de la cárcel: la de revolución pasiva, es decir los
procesos de “restauraciones progesistas” o “revolución sin revolución”,
que implican una modernización desde arriba sin cambios estructurales o
formas de reorganización de la autoridad del Estado incorporando
ciertas exigencias o demandas que vienen desde abajo, para asimilarlas
dentro de una estrategia de recomposición del orden. Gramsci analizaba
con esta categoría fenómenos tan disímiles como el proceso de formación
del Estado italiano, el fascismo, o el revolucionamiento de la técnica
de producción realizado por el capitalismo norteamericano mediante una
“racionalización de la producción” (fordismo) que a su vez iba
acompañada por una “racionalización de la población” mediante la
regimentación de las costumbres en función del trabajo industrial
(americanismo).
Gramci establece una distinción
conceptual, histórica y estratégica entre la revolución pasiva y la
revolución permanente. Esta había sido la “fórmula histórico-política”
que había guiado el desarrollo de las revoluciones de los Siglos XVIII y
XIX, previa a la conformación de los Estados descritos más arriba. La
revolución pasiva es la alternativa que pone en pie el capitalismo para
neutralizar esa dinámica de revolución permanente.
La revolución pasiva y la revolución
permanente son tendencias contradictorias al interior de la sociedad
capitalista. La primera caracteriza los modos de recomposición del poder
burgués mediante la absorción de los desafíos que vienen desde abajo.
La segunda, caracteriza la dinámica de la lucha de clases cuando puede
desarrollarse sin las constricciones de la mediación estatal. Las ideas
de hegemonía y guerra de posición buscan encontrar los elementos de
continuidad de la revolución permanente frente a Estados como los
descritos más arriba.
Hegemonía, formas de lucha y estrategia.
Gramsci define la hegemonía en el
Cuaderno 1 como una combinación de dirección de las clases aliadas y
dominación de las clases enemigas. Este tema tiene un amplio desarrollo
en los Cuadernos de la cárcel y abarca desde los problemas de
fundación y construcción de un Estado obrero hasta la dominación
burguesa, pasando por las relaciones entre el marxismo y la cultura de
Occidente, Marx y Maquiavelo y un largo etcétera. La categoría de la
hegemonía, utilizada ampliamente en el marxismo ruso por intelectuales y
dirigentes como Axelrod, Plejanov, Lenin y Trotsky, fue incorporada por
Gramsci como una piedra de toque de sus reflexiones teórico-políticas.
En los años ’80, por obra de las
“transiciones democráticas” o del posmarxismo, se impuso una idea de que
la hegemonía era una concentración de fuerzas dentro de los marcos de
la democracia burguesa. Sin embargo, su concepción de una democracia
sustantiva pero sin una institucionalidad específica, como la democracia
soviética mucho más presente en su etapa juvenil.
Gramsci asume la perspectiva de entender
la hegemonía como “forma actual” de la revolución permanente. Es decir
que el proceso de lucha de clases que en las revoluciones del Siglo
XVIII y XIX aparecía como un movimiento constante de transformaciones
revolucionarias que empujaba a la sociedad más allá de los límites
establecidos por la burguesía, se vuelve más complejo por la mediación
del Estado que incorpora a las organizaciones obreras y partidos dentro
de una política reformista y conservadora, frente a lo cual la dinámica
de los procesos revolucionarios se expresa también de un modo más
mediatizado. La preparación política para una acción insurreccional debe
ser mucho mayor de lo que suponía un imaginario que reducía la
Revolución rusa al acto de la insurrección de Octubre desconociendo los
12 años de luchas en sus más variadas formas entre 1905 y 1917. En estas
reflexiones, Gramsci retomaba las orientaciones estratégicas y tácticas
del Tercer y el Cuarto Congresos de la Internacional Comunista, que
habían planteado la posibilidad de que la revolución en Occidente
revistiera la forma de una guerra civil anterior a la conquista del
poder. Las reflexiones sobre “guerra de posiciones” y “guerra de
maniobra”, en las que Gramsci asocia la primera con una lucha de tipo
acumulativo y omnicomprensivo (social, política y militar) y la segunda
con una lucha más directa por el poder (también social, política y
militar), parten de la distinción de ambas como formas de lucha,
oscilando entre la idea de que una estrategia acorde a la realidad de
ese momento debería combinarlas con primacía de la primera y la idea de
que al agotarse los alcances de las restauraciones, la guerra de
posiciones puede volver a transformarse en guerra de maniobra. En
definitiva, para Gramsci la estrategia se asocia con el arte político de
determinar los pasos a seguir según la relación de fuerzas, más que con
la primacía de una sola forma de lucha establecida como un esquema
rígido.
El Estado obrero y la construcción del socialismo.
Gramsci fue crítico de ciertos límites de
la experiencia soviética. Destacando los avances del Plan Quinquenal,
señalaba sin embargo que en los desarrollos teóricos de ese momento en
la URSS se expresaban residuos de mecanicismo. En su concepción, la
dictadura del proletariado implicaba un constante movimiento de
intervención de las masas en los asuntos públicos, en la perspectiva de
superar la diferencia entre dirigentes y dirigidos. En este contexto,
mientras el estalinismo decía al mismo tiempo que se había conquistado
el socialismo en su nueve décimas partes pero que era necesario un
Estado policial, Gramsci destacaba la importancia de mantener la
perspectiva de la extinción del Estado, que se daría en la medida en que
se afirmaran los elementos socialistas de la sociedad soviética
reduciendo las intervenciones autoritarias y coactivas del poder
estatal. Sin embargo, su concepción de una democracia sustantiva pero
sin una institucionalidad específica, como la democracia soviética mucho
más presente en su etapa juvenil. En este marco, la idea del partido
como “moderno Príncipe” (retomada del diálogo con el legado de
Maquiavelo), supone una constante serie de transformaciones también en
la sociedad de transición pero aparece sin suficiente conexión con el
desarrollo de organismos de democracia de masas que sean más amplios que
el partido. El tema de la democracia fabril y los consejos de fábrica
tiene cierta presencia en los Cuadernos, pero dentro de una
posición subordinada en relación con el partido. Esto tiene que ver con
que Gramsci consideraba que la URSS estaba en una “guerra de posición”
en el plano internacional y en ese sentido consideraba el “socialismo en
un solo país” como una posición compatible con la perspectiva
internacionalista, en tanto la revolución debía adaptarse al cambio de
circunstancias producto de los giros de la situación mundial. En este
contexto, tomaba distancia de la teoría de la revolución permanente de
Trotsky, aunque no había tenido posibilidad de leer las obras del
revolucionario ruso posteriores a su expulsión de la URSS, con excepción
quizás de Mi Vida, la cual parecería haber leído, pero no está comprobado fehacientemente.
Gramsci para nosotros.
La actualidad del pensamiento de Gramsci
puede pensarse desde distintos ángulos. La crisis capitalista en curso
desde 2008 ha generado a distintos niveles nacionales procesos similares
a los que él denominaba “crisis orgánicas”, que en cierto modo puede
extenderse al bloque de la Unión Europea, en cuestión por su política de
austeridad. El fracaso de las grandes empresas de la supuesta
“globalización armónica” y la integración europea no tiene que ver con
que no hubieran logrado aplicar planes de precarización laboral y quita
de conquistas, sino con que su legitimidad está cuestionada. En este
contexto, surgen respuestas “soberanistas” que buscan el repliegue sobre
la política nacional (entendida en muchos casos desde un punto de vista
reaccionario). La situación plantea la necesidad de articular una
respuesta política desde la clase obrera y los sectores populares, que
parta de la unidad interna de la clase trabajadora y su unidad en
simultáneo con los movimientos que representan a otros sectores
oprimidos por el capitalismo. Es en este marco en que los temas
gramscianos como los de hegemonía, guerra de posiciones y la búsqueda de
la “forma actual” de la revolución permanente ganan nuevos sentidos,
sobre los que el marxismo tiene el desafío de realizar nuevas
elaboraciones.
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