Por Roberto Jara
Karoshi significa “muerte por exceso de trabajo” en japonés, y se utiliza para hablar de derrames cerebrales y ataques cardíacos por complicaciones debidas al exceso de horas de trabajo, muchos de ellos teniendo como desenlace la muerte.
El término es originario de Japón, donde según el Consejo Nacional de
Defensa de las Víctimas del Karoshi, se cobra la vida de 10.000
trabajadores al año, pero afecta a trabajadores de todo el mundo.
El vocablo Karoshi comienza a usarse a partir de 1969, cuando un
trabajador de una compañía de periódicos falleció de un ataque al
corazón a la edad de 29 años. Sin embargo se trata de un aspecto
controvertido en la sociedad japonesa, ya que los tribunales establecen
criterios extremos a la hora de acreditar un caso de karoshi, con la
intención de minimizar las cifras.
Así, según el Ministerio de Sanidad, Trabajo y Bienestar, para que se
considere karoshi, se deben haber trabajado más de 65 horas a la semana
durante más de un mes, haber hecho un mínimo de 100 horas extra en el
mes previo al “incidente” y tratarse de una muerte súbita en el puesto
de trabajo.
De esta manera, la cifra de casos de karoshi del gobierno japonés de
2005 es de 355 víctimas, 147 de ellas mortales, mientras que las
organizaciones de ayuda a víctimas consideran que cada año el karoshi se
cobra la vida de unos 10.000 trabajadores japoneses. Muchas veces estas
organizaciones se dedican a conseguir compensaciones económicas para
los familiares, librando interminables batallas judiciales.
Uno de los pleitos por karoshi más conocidos es el del suicidio de una
joven tras trabajar 140 horas extra al mes para una popular cadena de
restaurantes. Esta situación suele ir emparentada con otros
padecimientos mentales relacionados con la alienación y la explotación,
como el síndrome “burnout”, o estrés prolongado ante facetas emocionales
e interpersonales de la jornada laboral; o incluso la propia adicción
al trabajo.
Algunos indicios fisiológicos antes de sufrir un episodio cardíaco o un
derrame cerebral, son el insomnio, problemas gastrointestinales o la
hipertensión arterial. Sin embargo, algunos aspectos psicológicos del
karoshi son el ABC de la moral de empresa, como la necesidad de trabajar
más o la preocupación constante por el rendimiento laboral. El código
de conducta de las empresas japonesas tacha de vago a quien no realiza
horas extra más allá de su extenuante jornada, a quien sale de trabajar
antes que un trabajador de más edad o a quien no tiene aspecto de estar
agotado tras su jornada laboral.
Tras esta interesada promoción de la autoexplotación por parte de la
empresa, se esconden formas de estrés y desórdenes obsesivos-compulsivos
relacionados con el trabajo, infravalorando la dedicación del escaso
tiempo libre del trabajador a la hora de desarrollar su vida personal,
así como cuadros de ansiedad, irritabilidad y depresión.
Esta devastadora costumbre para la salud de los trabajadores está
alentada por numerosos factores del panorama laboral japonés, como los
bajos salarios mínimos, las prolongadas jornadas -que llevan a un 20% de
los asalariados a trabajar al menos 12 horas diarias-, las condiciones
de precariedad laboral o la continua amenaza del paro. En esta situación
tienen un papel especial las Empresas de Trabajo Temporal, que emplean a
un tercio de la población activa japonesa, siendo los sectores con
menos derechos laborales y peores salarios.
Para mantener a estos trabajadores en la temporalidad, las empresas los
despiden justo antes de estar cinco años trabajando en el mismo puesto,
ya que a los cinco años se les ofrecería un puesto fijo. Pese a que
tradicionalmente han sido oficinistas y ejecutivos de bajo rango
-conocidos en Japón como Salarymen y Officeladies-, estas trabajadoras y
trabajadores precarios forman un sector cada vez mayor de la clase
obrera japonesa, así como de las víctimas de karoshi, número que crece
parejo al aumento de la desigualdad social y el desempleo.
Pese a los intentos de las patronales y del gobierno por acallar este
goteo continuo de muertes por explotación laboral, cada vez son más
frecuentes los testimonios en las redes sociales. Algunos trabajadores
declaran que “se autoesclavizan trabajando sin paga un número de horas
descabellado, y hasta falsifican sus fichas de trabajo para no meter a
la empresa en problemas” hablando así de los frecuentes dobles registros
de horario, uno para la Inspección de Trabajo, y otro con las horas
reales para la empresa.
Sin embargo, como decíamos antes, no debemos entender el karoshi como un
fenómeno que sucede sólo en Japón, ya que estas condiciones laborales y
los casos de muerte relacionada con la situación laboral y económica se
dan en todo el mundo, como los suicidios en un planta de Mazda en
México, Foxconn en China, Telecom en Francia o ante los desahucios en el
Estado Español. Estas muertes en forma de suicidios hunden sus raíces
en la barbarie y deshumanización que causa este régimen de explotación,
miseria y opresión para la clase trabajadora.
El drama de la moral corporativa y las vidas obreras
Las relaciones laborales en Japón incluyen en muchos casos un fuerte
corporativismo de empresa, más allá de la explotación capitalista,
forzando una identificación entre jefe y subalterno y una lealtad a la
compañía por encima de conciencias de clase. Aunque esto es algo común a
la moral que los capitalistas de todo el mundo tratan de imponer a sus
trabajadores, en Japón se sirvió de la expectativa de “un empleo de por
vida” a la que la clase obrera japonesa estaba acostumbrada.
Esta identificación del autoritarismo de la compañía como algo similar
al de una familia patriarcal, es utilizada por los empresarios a la hora
de flexibilizar y alargar la jornada laboral o los salarios, así como
para la discriminación y menos inserción laboral de la mujer, de fuerte
raigambre en el mundo del trabajo en Japón. Sin embargo la realidad no
es la del empleo de por vida, si no la del desempleo y la precariedad
laboral en aumento al calor de la crisis capitalista.
El tradicionalmente infrecuente desempleo en Japón ha alcanzado cifras
record, siendo junto con la temporalización y precarización, uno de los
aspectos más visibles de la peor recesión en la economía japonesa tras
la Segunda Guerra Mundial. Así, el fin de la perspectiva de un empleo
fijo, aunque agotador, para las capas más oprimidas de la sociedad,
acarrea consecuencias dramáticas, como es el aumento de los suicidios
por causas económicas.
Japón tiene la tercera mayor tasa de suicidio del mundo, siendo la
principal causa de muerte tanto en hombres como en mujeres jóvenes,
derivándose en buena parte de las frustraciones y el fracaso ante una
situación económica insoportable. Así, el 57% de los suicidios se dieron
en personas en situación de desempleo, que suponen el 5,7% de la
población activa. Además, según cifras del gobierno, la fatiga y la
depresión relacionada con el trabajo, fueron los motivos principales
para los suicidios entre asalariados; siendo un tercio de los suicidios
Karoshisatsu, producidos por karoshi.
También, el 15% de los casos de suicidio se dan por motivaciones
financieras, en muchos casos, en personas que contratan un seguro de
vida y se suicidan presionados por subsanar las deudas de sus familias,
lo que se conoce como Inseki-Jisatsu (suicidios “responsabilidad
impulsada”). Por otra parte, la población anciana también sufre algunos
de los aspectos más dramáticos de esta situación, ya que el vacío
experimentado después de retirarse del trabajo y no encontrar una vida
personal al no haberla podido desarrollar, es en buena parte responsable
de un elevado número de suicidios de ancianos.
En los últimos 10 años, se ha duplicado en Japón el número de personas
mayores de 65 años comete pequeños delitos con el objetivo de ir a la
cárcel para evitar la soledad, ya que no han tenido tiempo para crear
lazos con sus familias o éstas no disponen del tiempo para visitarlos
debido a las prolongadas jornadas laborales. Japón es el país más
envejecido del mundo, con la menor tasa de natalidad, y donde existen
más del doble de personas mayores de 65 años que menores de 15.
Las razones debemos buscarlas en la dificultad que tienen las mujeres,
de encontrar trabajos que puedan conciliarse con la tarea que recae
sobre ellas del cuidado de los hijos y la casa, los bajos salarios y las
prolongadas jornadas de trabajo. Esta situación, que incluye la
discriminación de la mujer en una sociedad fuertemente patriarcal y la
falta crónica de tiempo libre, dificulta enormemente la crianza de los
hijos, así como el encontrar pareja, haciendo caer la tasa de natalidad
en picado mientras proliferan negocios para personas que no suelen pasar
tiempo en su hogar tras la jornada laboral, como alquileres de cápsulas
para dormir.
En palabras de un trabajador de un periódico japonés: “Una de las
razones por las que Japón tiene un índice de natalidad y de matrimonios
tan pobre es que, si pasas el día entero en la oficina, no tienes vida
personal. ¿Cómo podrías tenerla? ¿Cómo conocer a alguien e iniciar una
relación? Tu personalidad acaba girando en torno al trabajo. Tu trabajo
es tu vida y eso es todo lo que eres”.
El panorama de la inserción de mano de obra femenina en el mundo laboral
y de la conquista de derechos de las mujeres se dificulta en esta
situación, donde se refuerza el machismo y el conservadurismo de la
familia patriarcal como estructura, y sin embargo los obreros apenas
pueden dedicar tiempo a sus familias mientras el número de suicidios
tras un divorcio es alarmante en Japón.
Conquistar derechos y conquistar las propias vidas
Son muchos los conflictos mentales que fomenta una situación de
opresión, siendo además la salud mental la más perjudicada, tanto por la
miseria de la crisis capitalista, como los recortes aplicados en el
sistema sanitario. Por ejemplo, en el Estado Español, las depresiones
graves han aumentado un 19,4% y las leves un 10,6%, y la venta de
fármacos antidepresivos un 10%, desde el inicio de la crisis.
Toda esta cadena de opresiones que afecta a la salud mental de los
trabajadores, no puede reducirse sólo a los casos de karoshi, sino que
se expresa en múltiples padecimientos psicológicos derivados del
embrutecimiento y la deshumanización que genera la alienación del
trabajo.
En Japón, sin embargo, se está asistiendo a una progresiva emergencia de
la juventud y los sectores más precarios, que comienzan a cuestionar
las esclavizantes condiciones aborales que vivieron sus padres y a las
que se enfrentan día a día, como los trabajadores del puerto de Tokio
que recientemente consiguieron mejoras de seguridad y horarias o el
amplio movimiento por el aumento del salario mínimo interprofesional que
perciben muchos jóvenes al estilo del movimiento de los trabajadores
del sector de comida rápida de Estados Unidos, exigiendo los 15 dólares
la hora.
Una juventud que se levanta ante la precarización laboral y que debe
confluir con el resto de trabajadores y sectores oprimidos para
coordinar y profundizar las luchas. Una juventud que no quiere morir
trabajando por un sueldo precario, sino conquistar sus propias vidas.
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