En pocos minutos la carretera estuvo repleta de miles de manifestantes. Los coches eran como islas en un río de gente. El aire había enrojecido con las banderas, que descendían y volvían a subir cuando los manifestantes se agachaban para pasar por debajo de la barrera del paso a nivel y cruzaban las vías en una gran oleada roja.
El sonido de un millar de voces se extendió como un ruidoso paraguas por encima del tráfico congelado.
«lnquilab zindabadt»
«Thozhilali ekta zindabadt»
«¡Viva la Revolución!», gritaban. «¡Proletarios de todos los países, uníos!»
Ni el propio Chacko podía explicar de modo convincente el hecho de que el Partido Comunista tuviese muchísima más fuerza en Kerala que en cualquier otro lugar de la India, a excepción, tal vez, de Bengala.
Había varias teorías que competían para ofrecer una explicación. Una decía que se debía a la gran población cristiana que había en ese estado. El 20% de los habitantes de Kerala eran cristianos sirios, que se creían descendientes de los cien brahmanes convertidos al cristianismo por el apóstol Santo Tomás cuando se dirigió hacia el este, después de la resurrección de Cristo. Se argumentaba, de modo bastante simplista, que la estructura del marxismo era un simple sustitutivo del cristianismo. Se reemplaza a Dios por Marx, a Satanás por la burguesía, al paraíso por una sociedad sin clases, a la Iglesia por el partido, y la forma y el propósito del trayecto son los mismos. Una carrera de obstáculos con un premio al final. Mientras que la mente hindú tenía que hacer unos ajustes más complejos.
El problema con esa teoría era que en Kerala los cristianos sirios eran, en su gran mayoría, los señores feudales, los ricos, los terratenientes (o los directores de fábricas de conservas), para los que el comunismo representaba un destino peor aún que la muerte. Siempre habían votado al Partido del Congreso.
Una segunda teoría sostenía que aquel hecho estaba relacionado con el alto nivel, en comparación, de alfabetización que tenía el Estado. Podía ser. Sólo que ese nivel relativamente elevado de alfabetización se debía, en gran parte, al movimiento comunista.
La verdadera razón era que el comunismo se había introducido en Kerala insidiosamente. Como un movimiento reformista que nunca cuestionó de modo abierto los valores tradicionales de una sociedad de castas en extremo tradicional. Los marxistas trabajaban desde dentro de las divisiones sociales; nunca las desafiaban, pero no se notaba que no lo hacían. Ofrecían un cóctel revolucionario. Una mezcla embriagadora de marxismo oriental e hinduismo ortodoxo, con un chorrito de democracia.
Aunque Chacko no estaba afiliado al partido, lo había apoyado desde el principio y había continuado haciéndolo a pesar de todos los altibajos por los que había pasado dicha organización.
Estudiaba en la Universidad de Delhi durante la euforia de 1957, cuando los comunistas ganaron las elecciones para la asamblea estatal de Kerala y Nehru tuvo que aceptar que formaran gobierno. El héroe de Chacko, el camarada E. M. S. Namboodiripad, el extravagante brahmán y alto sacerdote del marxismo en Kerala, se convirtió en el jefe del primer gobierno comunista que subió al poder por las urnas en el mundo entero. De repente, los comunistas se encontraron en la extraordinaria posición, que los críticos calificaron de absurda, de tener que gobernar a un pueblo y al mismo tiempo fomentar la revolución. El camarada E. M. S. Namboodiripad desarrolló su propia teoría sobre cómo habría de hacerse. Chacko estudió su tratado “La transición pacífica hacia el comunismo” con una diligencia obsesiva de adolescente y una aprobación, sin cuestionamientos, de fanático ardiente. Exponía con todo detalle la política que pensaba aplicar el gobierno del camarada E. M. S. Namboodiripad para realizar la reforma agraria, neutralizar a la policía, cambiar el sistema judicial y «frenar la política reaccionaria y contraria a los intereses del pueblo» del gobierno central, en manos del Partido del Congreso. Desgraciadamente, antes de que finalizara aquel año ya había acabado la parte pacífica de la transición pacífica.
Todas las mañanas, a la hora del desayuno, el Entomólogo Imperial ridiculizaba a su disputador hijo comunista leyéndole en voz alta las noticias periodísticas sobre los disturbios, las huelgas y los casos de brutalidad policial que convulsionaban a Kerala.
“¡Y bien, Carlos Marx! -decía con sorna Pappachi cuando Chacko se sentaba a la mesa-. ¿Y ahora qué vamos a hacer con esos malditos estudiantes? Esos memos estúpidos están haciendo campañas contra nuestro Gobierno del Pueblo. ¿Los aniquilamos? ¿No será que los estudiantes ya no pertenecen al Pueblo?”
Durante los dos años siguientes la discordia política, alimentada por el Partido del Congreso y la Iglesia, desembocó en la anarquía. Para cuando Chacko acabó la licenciatura y se fue a estudiar a Oxford, Kerala estaba al borde de la guerra civil. Nehru destituyó al gobierno comunista y anunció la convocatoria de elecciones. El Partido del Congreso retornó al poder.
El partido del camarada E. M. S. Namboodiripad no sería reelegido hasta 1967, casi diez años exactos después de su primera llegada al poder. Para entonces, formaba parte de una coalición entre los que eran ya dos partidos separados: el Partido Comunista de la India y el Partido Comunista de la India (Marxista). El PCI y el PCI(M). Para entonces, Pappachi ya había muerto. Chacko estaba divorciado. “Conservas y Encurtidos Paraíso” existía desde hacía siete años.
Kerala se tambaleaba a consecuencia de la hambruna y de un monzón que no llegaba. La gente moría. El problema del hambre tenía que ser por fuerza una de las prioridades más acuciantes para cualquier gobierno.
Durante su segundo periodo en el poder, el camarada E. M. S. continuó aplicando su transición pacífica, pero de forma más sensata, con lo que se ganó el odio del Partido Comunista Chino, que lo denunció por su «cretinismo parlamentario» y lo acusó de «proporcionar alivio a la gente, con lo que embotaba la conciencia del pueblo y lo distraía de la Revolución».
Pekín desvió su respaldo hacia la facción más nueva y militante del PCI(M), los naxalitas, que habían llevado a cabo una insurrección armada en Naxalbari, un pueblo de Bengala. Organizaron a los campesinos en grupos armados, se apropiaron de la tierra, expulsaron a los propietarios y establecieron tribunales populares para juzgar a los enemigos de la clase obrera. El movimiento naxalita se extendió por todo el país y sembró el terror en los corazones burgueses.
En Kerala, los naxalitas contribuyeron a viciar, con una breve inyección de miedo y nerviosismo, una atmósfera ya de por sí amedrentada. Los asesinatos habían comenzado en el norte. En el mes de mayo de aquel año apareció en los periódicos una fotografía borrosa de un terrateniente de Palghat al que habían decapitado tras atarlo a una farola. Su cabeza se hallaba a cierta distancia del cuerpo, en medio de un charco oscuro que podía ser de agua o de sangre. Era difícil decidirlo, pues era una fotografía en blanco y negro tomada bajo la luz grisácea, previa al amanecer.
Tenía los ojos abiertos, con expresión de sorpresa.
El camarada E. M. S. Namboodiripad (Perro del Gobierno para unos, Títere Soviético para otros) expulsó a los naxalitas de su partido y siguió dedicándose a utilizar la ira popular para propósitos parlamentarios.
La marcha que rodeó repentinamente al Plymouth azul cielo aquel día de diciembre formaba parte de ese proceso. Había sido organizada por el Sindicato Marxista de Kerala. Los camaradas de Trivandrum irían en manifestación hasta la secretaría del partido para presentar el documento con las Demandas del Pueblo al camarada E. M. S. en persona. La orquesta elevaba una petición a su director. Pedían que a los trabajadores de los arrozales, cuya jornada laboral era de once horas y media al día (de siete de la mañana a seis y media de la tarde), se les diera una hora libre para el almuerzo. Que los salarios de las mujeres se incrementaran de una rupia y veinticinco paisas al día a tres rupias, y que el de los hombres se incrementara de dos rupias y cincuenta paisas al día, a cuatro rupias y cincuenta paisas. También pedían que dejara de llamarse a los Intocables según el nombre de su casta. Pedían que no se les llamara Achoo Parayan, o Kelan Paravan, o Kuttan Pulayan, sino simplemente, Achoo, Kelan o Kuttan.
Los Reyes del Cardamomo, los Condes del Café y los Barones del Caucho, viejos compinches desde el internado, habían bajado de sus haciendas remotas y solitarias y bebían a pequeños sorbos cervezas heladas en el Club de Vela. Alzaban sus copas. «Aunque la mona se vista de seda…», decían entre risas para ocultar su creciente pánico.
Aquel día la manifestación estaba compuesta por militantes del partido, estudiantes y trabajadores. Tocables e Intocables. Cargaban sobre sus espaldas un barril de odio antiguo, prendido con una mecha reciente. Había una faceta de aquel odio que era naxalita y nueva.
Extraído del libro “El dios de las pequeñas cosas” de Arundathi Roy, RBA Colecciones, S. A, 1999.