Compartimos una nota publicada por El Comunero, prensa popular de Colombia, con un análisis de primera fuente sobre los últimos acontecimientos.
Desde el 28 de abril las masas populares en Colombia han estado manifestándose en las calles de manera masiva y combativa para rechazar el proyecto de reforma tributaria que el gobierno presentó al congreso hace menos de un mes.
La atmósfera de descontento, inconformidad y rabia del pueblo se ha percibido constantemente en la historia reciente y ya había tenido expresiones contundentes como el paro del 21 de noviembre de 2019, y las protestas contra la violencia policial contra el pueblo en septiembre de 2020, además de las movilizaciones locales que organizan los diversos sectores populares del país exigiendo sus reivindicaciones, y que durante la pandemia se han concentrado exigir garantías económicas que hagan frente a la imposibilidad de trabajar por el confinamiento y en denunciar la negligencia estatal con los más afectados por la actual crisis.
Particularmente desde que comenzó la pandemia, la crisis económica se ha agudizado en el país y en el mundo. Las cifras indicadoras del sufrimiento de las masas populares antes de la pandemia eran muy alarmantes. Según el DANE (Departamento Administrativo Nacional de Estadística), antes de marzo de 2020, el desempleo en el país era el más alto en 10 años, con aproximadamente 3 millones de personas desempleadas, el 12,6% de la clase trabajadora. Con la pandemia eso se ha agravado: para marzo de 2021, 3.4 millones de trabajadores, el 14,2% del total, están desempleadas.
Además, es de resaltar el dato revelado hace poco que asegura que 2,4 millones de familias en el país no alcanzan a comer tres platos de comida al día, y que 1,6 millones de estos hogares sí tenían los tres platos antes del comienzo de la pandemia. Igualmente, 23.701 hogares aguantan hambre total porque no tienen ni para un plato diario[i].
Estos datos son oficiales, y por lo mismo es seguro que las cifras de hambre y desempleo son en realidad mayores, sin embargo, solo esto indica que la profundización de la miseria del pueblo en el país se ha acelerado desde que comenzó la pandemia. Las movilizaciones, por su parte, demuestran que esta miseria es cada vez más insoportable.
La reforma
A diferencia, por ejemplo, del 21N donde las masas mostraban una inconformidad generalizada por su situación, el paro esta vez tiene un blanco concreto y es la antipopular reforma tributaria presentada a comienzos de abril por el gobierno al congreso. Es la tercera reforma tributaria en menos de cuatro años, y esta vez se propone un recaudo de 25 billones de pesos, cifra mayor a las de las anteriores reformas. Con todas estas reformas el gobierno ha buscado descaradamente hacer la vida de los pobres y las clases medias cada vez más difícil y precaria, despojándolos de sus ingresos para engordar el bolsillo de los burócratas y aumentar las ganancias de los más ricos y poderosos.
El contenido de este proyecto de ley está expuesto en un documento oficial de más de 100 páginas, pero diversos intelectuales, estudiantes y organizaciones populares y sociales, se han encargado de mostrarle al pueblo, en redes sociales y por medio de jornadas informativas, las medidas puntuales del texto depurándolo de su estilo plagado de tecnicismos arribistas y eufemismos populistas.
Así, se sabe que esta reforma pretende que se graven los insumos para la producción agrícola en el país, lo cual necesariamente va a aumentar los precios del pollo, la carne bovina, los huevos, el pescado, entre otros alimentos de consumo diario de las familias populares [i]. Además de encarecer la vida de estas familias, esto genera una competencia todavía más desigual en la que los campesinos y los monopolios comerciales al servicio de los cuales está este Estado, que tienen las puertas abiertas para importar e inundar el mercado de sus productos baratos.
Los campesinos también son golpeados con el impuesto al consumo de plaguicidas en los cultivos agrícolas; impuesto que es paradójico porque está demostrado que fue el mismo Estado colombiano quien en los años 70, impulsado por los Rockefeller, promovió e importó el uso de sustancias agrotóxicas [ii].
Los servicios públicos para los estratos 4, 5 y 6 serán gravados con un 19%, así mismo la gasolina de tipo ACPM y los costos de los vehículos contaminantes tanto aquellos que prestan servicios de transporte masivo como los particulares, lo cual repercutirá naturalmente en el precio de los pasajes [iii]. Además, se contemplan los peajes al interior de las ciudades capitales.
Se sabe también que el gobierno plantea que las pensiones superiores a los 7 millones de pesos serán gravadas y que a partir de 2023 las personas que ganen 2.2 millones de pesos tendrán que pagar impuesto de renta, ya que supuestamente quienes perciben este monto de ingresos hacen parte del 10% más rico de la población.
En el estatuto tributario actual de este país, alguien que gane 1700 millones anuales paga 83 millones de impuesto de renta, o sea, 4 pesos por cada 100 pesos; mientras que alguien que gane anualmente 183 millones de pesos paga 15 millones de impuesto, o sea, 8 pesos por cada 100. Como lo denuncian diversas organizaciones populares, el gobernó planea mantener estos beneficios para los ricos.
Otros beneficios que son intocados por el gobierno son el de cobrarles solo el 1% de impuesto al patrimonio a quienes tengan bienes valorizados en un monto superior a los 5.000 millones de pesos, y solo el 20% de impuesto a las empresas del sector financiero, mientras otros sectores industriales reciben en promedio un 24% de carga impositiva [iv].
Organizaciones del imperialismo felicitan al gobierno lacayo de Duque y Uribe por imponerle al pueblo trabajador colombiano esta serie de medidas de hambre que fueron orientadas por ellos. Para el imperialismo, esta reforma fiscal es “indispensable”, como se afirma desde el FMI por su representante Alejandro Werner [v]. “Colombia es un ejemplo a seguir”, señaló, por su parte, Ángel Gurría el secretario general de la OCDE [vi]. Efectivamente, como vemos, la reforma es indispensable para mantener los privilegios de las clases dominantes del país, sobre todo del capital financiero, el más parasitario y ladrón, a costa, a su vez, de mantener sujeta a la nación a la dominación semicolonial del imperialismo.
Momentos previos a la protesta
El viejo Estado temblaba: menos de 24 horas antes de la hora 0 del paro, el tribunal de Cundinamarca presentó una resolución en la que prohibía cualquier marcha hasta que en el país se lograra “inmunidad de rebaño” frente al covid.
Este documento rápidamente difundido por las redes sociales fue objeto de justificadas burlas por los errores crasos que contenía, como escribir manifestaciones “púbicas” en vez de “públicas”, referirse al paro del “21 de abril” cuando el paro era el 28, e invocando la autoridad del fallecido ministro de defensa Carlos Holmes, el anterior genocida reaccionario que estuvo al frente de este cargo cuando la masacre del 9S, y no la del actual ministro, Diego Molano, otro genocida.
Fue notorio el desespero por acallar a las masas. Con todo, hay razones para afirmar que incluso sin estos estúpidos golpes en el aire, las masas hubieran salido a las calles, porque ya se estaban realizando acciones preparatorias por todo el país y porque la legitimidad del paro y sus reivindicaciones habían tenido tiempo suficiente para cultivarse en la conciencia y el sentimiento profundo del pueblo. Esto era tan irrebatible que incluso la cúpula oportunista del Comité de Paro (de la que hacen parte el sindicalismo amarillo de siempre: CUT, CGT, FECODE, etc., que ha estado intentando, infructuosamente, negociar con el gobierno desde 2019) llamó a persistir en la movilización.
Por su parte, Gustavo Petro, uno de los candidatos de la izquierda oportunista que intenta sistemáticamente capitalizar las recientes manifestaciones y sentimientos descontento popular, particularmente las que se han expresado durante el gobierno de Duque (frente al cual él perdió en las elecciones presidenciales pasadas) interpretó correctamente que los mensajes de contención e intimidación enviados por el Estado mostraban su disposición a reprimir violentamente el paro que comenzaba el día siguiente y que esto iba a ser combatido activamente por los jóvenes y las masas marchantes en general. Por eso hizo un llamado preventivo (que claramente no tuvo eco entre la juventud) de que “la policía no es el enemigo”[vii].
Comienza el paro nacional
Al día siguiente, las acciones de protesta contra esta criminal reforma comenzaron desde muy temprano. En por lo menos 23 ciudades del país millones de personas realizaron marchas, plantones, cacerolazos, y otras formas de protesta que se desarrollaron con mucha creatividad, alegría, y por supuesto, beligerancia. Se estima que unas cinco millones de personas inundaron las principales calles del país durante la jornada[viii].
Una de las primeras acciones que resonó por todo el país, celebrada por el pueblo, condenada por los medios monopólicos, fue la tumbada de la estatua de Sebastián de Belalcazar, el militar español que en el siglo XVI asesinó y saqueó masivamente a los indios que se asentaban en las actuales Popayán y Cali, y cuya figura ha sido reivindicada por las élites criollas de estas ciudades. Esta acción fue liderada por el movimiento de las Autoridades Indígenas del Suroccidente, que ya ha llevado a cabo otras manifestaciones similares.
En Bogotá, hubieron más de 7 puntos de concentración y la jornada comenzó desde muy temprano con bloqueos en concurridas calles de esta ciudad. Una de las concentraciones partió desde el Portal Américas de Transmilenio en el suroccidente de la ciudad.
Así como en otros sectores, en esta parte de la marcha hubo mucha combatividad. Los manifestantes denunciaban el papel de las Fuerzas militares y policiales a quien señalaron como “asesinos del pueblo”, como “brazo armado de los explotadores” y recordaron a compañeros asesinados en las luchas del pueblo por las balas del Viejo Estado, expresando su compromiso a continuar la lucha, y expresaron a todo pulmón que “por nuestros muertos, ni un minuto de silencio, toda una vida de combate,” y que “las balas que dispararon va a volver, la sangre (del pueblo) que derramaron la pagarán…”
Desde los primeros metros que había recorrido la marcha hizo presencia la policía y el ESMAD e iniciaron los enfrentamientos entre los jóvenes rebeldes del pueblo, quienes llenos de indignación resistieron la agresión de gases lacrimógenos con piedras y consignas. La marcha luego buscó el recorrido para encontrarse con otros sectores que se juntarían hasta lograr tener el control de la avenida de las Américas (una de las más importantes de la ciudad que une el sur-occidente con el centro de la ciudad) donde se paralizo por varias horas el tráfico y se presentaron nuevos enfrentamientos.
Como al mismo tiempo se presentaban otros puntos de concentración en la misma ciudad, la resistencia finalmente logro parar buena parte del sistema de trasporte de Transmilenio, logrando el pueblo una victoria en el primer día de paro donde los gobernantes habían salido a “prohibir la protesta” y a tildar a quienes que marcharan de que “atentaban contra la vida”.
La jornada además se caracterizó por la solidaridad de muchas personas que al pasar en sus motos, carros, camiones pitaban, desde las casas sacaban banderas, cacerolas, de los pequeños negocios señalaban su acuerdo con el pulgar hacia arriba.
En Medellín y el Valle de Aburrá también hubo varios puntos de concentración, pero el principal de ellos fue el Parque de los Deseos. Desde allí se fueron juntando diversas concentraciones que procedían de diversos puntos, y a las 11 am la marcha comenzó a rodar.
La marcha contó con muchas expresiones artísticas y simbólicas de colectivos de jóvenes que saben mezclar genialmente su conciencia política y crítica con sus habilidades creativas. Una de estas expresiones fue la quema de una urna electoral con los rostros de los políticos de “izquierda” y derecha, junto con los rostros de los promotores de la nefasta reforma tributaria y sobre ellos, un pulpo que simbolizaba al imperialismo yanque.
En varios momentos de la marcha, trabajadores que no pudieron asistir mostraron su apoyo a la marcha con carteles y gestos de solidaridad, gestos que fueron devueltos a estos sectores, creando esto un lazo de unión y comunidad popular.
Así como en las otras ciudades ya mencionadas, en Medellín los jóvenes también desplegaron toda su combatividad contra las fuerzas de la reacción. Uno de los sitios de tropel fue la Alpujarra, centro administrativo de la ciudad, donde están instaladas las oficinas del personal de la alta burocracia del gobierno local, como la alcaldía y la gobernación. Siempre es un espacio fuertemente custodiado por el aparato policial. Los jóvenes se ensañaron contra varias cámaras de foto-multa y esto fue celebrado masivamente. En general, en todo el país la combatividad de las masas, sobre todo jóvenes, tuvo lugar por medio de daños a oficinas de bancos, a vallas publicitarias de empresas monopólicas, y otros espacios físicos que representan capitalismo y autoridad estatal. Además de los tropeles del 28 de abril, el 29 y 30 de abril también se han presentado confrontaciones entre jóvenes y policías en ciudades como Bogotá, Medellín, Cali y Pasto.
A lo largo del paro se han ido conociendo hechos de asesinato por parte de la policía a manifestantes. En Cali, el día 28 un agente de policía mató a quemarropa a un niño de 17 años llamado Marcelo Agredo que le había dado una patada. El crimen absolutamente cobarde quedó registrado en video (https://twitter.com/i/status/1387921460233216007), todo el pueblo y su familia exigen desde ya justicia. Además, a lo largo de estos tres días varias personas han registrado cómo la policía abre fuego contra manifestantes que no tienen más que piedras, en varios puntos de la ciudad
En Cali miembros de la policía sin identificación y de civil están desatados disparando en los barrios y avenidas contra los manifestantes. ¡No puede haber otra masacre! #ParoNacional29A pic.twitter.com/618d20oBwW— Diego Cancino – Concejal de Bogotá (@cancinodiegoa) April 30, 2021
También en Cali fue asesinado por la policía el joven Miguel Angel Pinto, en el sector de Puerto Rellena. Tanto Marcelo como Miguel eran jóvenes de clases populares que vivían en los barrios marginalizados de esta ciudad.
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