Acabo de enterarme, leyendo el "AND"
de Brasil, que ha muerto mi compañero. Que ha muerto Pimenta. Yo sabía
que estaba mal, sabía que no podía demorar mucho, pero aún así estoy
golpeado, furioso y no puedo tranquilizarme. Maldigo este día, pienso.
Pero no estoy triste, ¿cómo uno va a estar triste pensando en Pimenta?
Hace unos años tuve la oportunidad de
conocer a Pimenta en persona, conocí su personaje desde antes, pero en
esta ocasión tuvimos tiempo de conversar, de intercambiar y, pienso,
particularmente yo de aprender. Me explicó tantas cosas, me explicó la
realidad brasilera, me explicó que significa hacer trabajo
anti-imperialista en su país. Me explicó como en medio de un proceso de
nueva democracia se aplica en concreto el internacionalismo proletario.
Me explicó el porqué en las manifestaciones de Brasil siempre ondea la
bandera de Palestina. Me contó sobre las campañas de defensa de la vida
del Presidente Gonzalo, en apoyo a las guerras populares, en defensa de
los prisioneros de ATIK (él estando allí lo manejaba mejor que yo, que
vivo en este país), de la defensa de Saibaba y todos los prisioneros
políticos de la India. Me contó sobre cómo se hace para manejar estas
campañas en un país como Brasil y cómo al mismo tiempo saber unificar a
nivel internacional y yo aprendí. No sé si jamás voy a tener el manejo
que tenía él, pienso que no, porque Pimenta no solamente tenía talento,
no solamente tenía la máxima inteligencia de la clase, sino que – siendo
intelectual – era un hijo de las masas más profundas de Brasil.
Estuvimos en Río, pero escuché la voz de Rondônia, estuvimos en un
apartamento de la pequeña burguesía, pero él que tuvo al frente era la
voz de la Favela. Pero no solamente eso, no solamente era el grito de la
rebelión, sino de la solución. Si lo pienso bien, puedo decir que lo
que más me ha quedado gravado de nuestra conversación es el manejo de la
contradicción que tenía Pimenta. Yo, un poco bruto por venir de la
sociedad más bruta del mundo (en dura lucha con la sociedad yanqui), no
había entendido bien lo que es el frente democrático, por supuesto había
leído los libros, pero como Pimenta me lo explicó, basándose en
ejemplos prácticos de su inmensa experiencia, me hizo entenderlo bien –
quizás por primera vez. Yo fui el alumno y él profesor, así fue
objetivamente; pero él no me trato de alumno. Su forma fue tan sencilla
que, aunque él en “su línea de trabajo” era nada menos que unos de los
más importantes dirigentes del mundo y yo un pobre ignorante, siempre me
hizo sentir como su igual. Quizás fue porque todo el tiempo estábamos
sonriéndonos. No sé como explicarlo, y puede ser que soy un poco
idealista, pero con Pimenta siempre estuve alegre; en ningún momento,
aún cuando hablábamos de los métodos de tortura, los genocidios y las
masacres contra el pueblo, nunca me llegue a deprimir; porque Pimenta
siempre tenía presente que no era por las puras, que no era en vano,
sino que al final ganaremos nosotros, la clase y los pueblos. Al
escribir, me doy cuenta que eso es lo magnífico del compañero y lo que
más me impresiona de él, el hecho que me hizo recordar lo que el
Presidente Gonzalo nos enseñó: “llevamos la victoria en nuestra caras”.
Eso fue la sonrisa de Pimenta, la sonrisa de la victoria.
Sé que la muerte del compañero Pimenta
deja un vacío en el movimiento revolucionario de Brasil, deja – sin
lugar a duda – un vacío en el movimiento anti-imperialista mundial. Pero
también sé que su siembra vive y que él es uno de los que sigue
conquistando laureles después de la muerte.
Mis pensamientos están con su valiente familia y con sus innumerables compañeros en Brasil y todo el mundo.
Yo, por mi parte, alzo nuestra bandera,
la roja con la hoz y el martillo, más en alto que nunca y hago el
compromiso de dar todo de mí para servir al pueblo en honor al compañero
caído, y lo voy a hacer sonriendo, con la sonrisa de la victoria, con
la sonrisa de Pimenta
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