“En todos los problemas
fundamentales, la oposición trotskista ha pasado por completo a las
posiciones de los lacayos ‘izquierdistas’ del oportunismo,
adquiriendo un carácter evidentemente contrarrevolucionario. Los
trotskistas, encubriéndose con frases de fidelidad a la revolución
y a la URSS, calumnian a la Internacional Comunista, al PC (b) de la
URSS y a la dictadura proletaria…”
(A propósito de la oposición
trotskista, Declaración de la Internacional Comunista, 1928).
Dentro de las corrientes que celebraron
el centenario de la Revolución de Octubre se encuentra el
trotskismo, esa variante nauseabunda del oportunismo caracterizada
por su posición centrista, entre la revolución y la
contrarrevolución, entre el proletariado y la burguesía que
cualesquiera sean las intenciones termina sirviendo indefectiblemente
a la contrarrevolución.
Como por encargo del imperialismo,
Trotski y sus secuaces tomaron como bandera de lucha la figura de
Stalin para combatir al proletariado internacional, especialmente al
Partido necesario para dirigir su lucha revolucionaria y la Dictadura
del Proletariado imprescindible para abolir las clases y las
diferencias de clase. Por eso en cada uno de sus escritos, sin
excepción, siempre existe alguna alusión contra Stalin, llegando a
convertir el stalinismo en algo así como el anticristo para algunas
sectas religiosas, en la vana y reaccionaria pretensión de separar a
este gigante maestro del proletariado de Lenin y el marxismo.
Pero contrario a todos sus esfuerzos,
ya desde principios del siglo pasado se anunciaba una característica
de este personaje que terció del lado de los mencheviques, saliendo
con las trilladas frases ampulosas pero insulsas para resolver los
problemas, como siguen haciendo sus seguidores en la actualidad.
Ante la discusión del papel del
proletariado en la revolución democrática el “genial” Trotski
se limitó a decir: “gobierno obrero”; en la práctica, oposición
a la insurrección de los obreros y campesinos en 1905 como
abiertamente lo hicieron los mencheviques.
Más tarde, en medio de la reacción
stolypiniana, en la lucha contra liquidadores terció del lado de
estos y es Lenin mismo quien califica su actuación: “Trotski es un
manipulador, un mentiroso y un cínico. En su agitada carrera
política, ha pasado de los eseristas, a los socialistas
revolucionarios, a los mencheviques… Sin embargo, una cosa no ha
cambiado jamás: es un ferviente enemigo y crítico del Partido
bolchevique, se opone a él en toda ocasión (…) ¡Ese es Trotski!
Amaga a la izquierda y actúa a la derecha, es un prestidigitador de
la realidad (…) ¡El servicial Trotski es más peligroso que un
enemigo!”. Esta es una característica que han conservado sus
congéneres: mentir, falsificar la historia, engañar cínicamente…
Años después, en el transcurso de los
preparativos de la primera guerra mundial y en la lucha contra los
socialtraidores de la II Internacional y los centristas kautskianos,
Lenin se refiere al sucio papel de Trotski: “Tanto Roland-Holst
como Rakovski (¿ha visto su folleto francés?) y como Trotski, todos
son, a mi juicio, perniciosísimos ‘kautskianos’, en el sentido
de que todos son partidarios, en formas diferentes, de la unidad con
los oportunistas, de que todos adornan en formas diversas el
oportunismo, de que todos aplican (de distintas maneras) el
eclecticismo en lugar del marxismo revolucionario… ¡¡ha llegado
Trotski, y este miserable se ha confabulado en el acto con el ala
derecha de Novi Mir contra los zimmerwaldianos de izquierda!! ¡¡Así
precisamente!! ¡¡Bravo, Trotski!! Siempre fiel a sí mismo:
raposea, trapacea, adopta poses de izquierdista y ayuda a los
derechistas mientras puede…”
Como buen camaleón, después de
combatir al Partido Bolchevique durante todos los años anteriores,
Trotski se subió al tren de la revolución solicitando con sus
compinches ingreso en el Partido en 1917 en vísperas de la
revolución, siendo aceptado con condiciones, las cuales violó en
poco tiempo: ligero de lengua, denunció la fecha de la insurrección
en el Soviet de Petrogrado obligando a adelantarla; luego se negó a
firmar la paz con los alemanes ocasionando un grave perjuicio a la
revolución; tuvo que ser reemplazado en la tarea de construir el
Ejército Rojo por su ineptitud y manías burocráticas; desde el
principio se opuso a la construcción del socialismo que creía
imposible; ese supuesto adalid de la “democracia obrera” y
“enemigo” de la burocracia, propuso después “sacudir los
sindicatos” desde arriba desatando una discusión que impidió
precisamente tomar medidas para poner freno a la burocracia en el
joven Estado obrero y, finalmente, constituyó una fracción
antipartido y antisoviética, motivo por el cual fue expulsado del
Partido, de la Internacional Comunista y de la Unión Soviética por
sus servicios al imperialismo y la reacción.
No por casualidad, fue Mijail
Gorbachov, el célebre burgués de la Perestroika y encargado de
quitarle la máscara socialista al imperialismo ruso, quien en 1990
autorizó la “rehabilitación” de Trotski. En esa ceremonia
dirigida por el gran burgués Boris Yeltsin, éste siniestro
personaje dijo que Trotski había sido un “gran revolucionario
víctima de las conspiraciones políticas de su época”. Fue así
como la nueva burguesía rusa se encargó de dejar en claro el
carácter contrarrevolucionario del trotskismo.
El trotskismo no es una corriente
comunista como se presenta a sí misma, sino una columna de la
burguesía en el seno del movimiento obrero, de ahí que la
celebración trotskista de la Revolución de Octubre es una farsa
para encubrir sus servicios a la reacción: sus idioteces contra la
alianza obrero campesina, contra la posibilidad del triunfo y de la
construcción del socialismo en un solo país o grupo de países,
contra el Partido basado en el centralismo democrático, así como
sus virulentos ataques contra Stalin, el Partido Bolchevique, la
Internacional Comunista y el Socialismo en Rusia y China… son los
mismos que propaga el imperialismo y la reacción en sus diatribas
anticomunistas.
Kostas Mavrakis, en su trabajo Sobre el
Trotkismo editado en 1973, reconoce que Trotski tuvo una buena
actuación durante la Revolución de Octubre; sin embargo, pone al
descubierto sus falsificaciones históricas, su afán de suplantar el
leninismo por el trotskismo y sus profundos errores; de ahí que su
valoración del trotskismo no puede tener objeciones ni tildarse de
unilateral:
“Los propagandistas burgueses y los
ideólogos trotskistas están casados bajo el régimen de comunidad
de bienes. Los primeros aportan a los segundos sus oficinas de
investigación y documentación. Las obras de kremlino y pekinología,
las publicaciones del consulado general de los Estados Unidos en Hong
Kong, son las principales fuentes de las diatribas trotskistas contra
los países socialistas. Por su parte, los trotskistas son
importantes proveedores de hipótesis ‘teóricas’, de esquemas y
de falsificaciones históricas que permiten atacar a Stalin y la
China Popular desde un punto de vista aparentemente de ‘izquierda’,
lo que es un gran recurso para algunos periodistas que quieren
parecer esclarecidos. Se trata de una ‘armonía preestablecida’,
no de una colusión deliberada. Por razones diferentes, unos y otros
propagan la idea de que los partidos comunistas no eran más que
títeres manipulados por Moscú y Stalin, la fuente de todo el mal.”
En la Propuesta de Formulación de una
Línea General Para la Unidad del Movimiento Comunista Internacional,
en el Capítulo IV: El Marxismo y las Corrientes Oportunistas, la
Unión Obrera Comunista (mlm) hace la siguiente valoración histórica
del trotskismo:
Desde los tiempos de la primera
revolución rusa, existe una variante del revisionismo que ha sido
rebatida por el marxismo en fuerte, profunda y prolongada lucha: el
trotskismo, una forma de oportunismo con apariencia centrista en
general; centrista entre bolcheviques y mencheviques, pero de hecho,
aliado a éstos últimos en el Bloque de Agosto que buscaba liquidar
el Partido; centrista entre internacionalistas y social-chovinistas,
pero en realidad junto con Martov, acólito y tolerante del centrismo
de Kautsky. Centrista entre la dictadura de la burguesía y la
Dictadura del Proletariado, pero en la práctica el trotskismo
intrigó e instigó ataques contra ésta última, torpedeando —junto
con mencheviques, social-revolucionarios y “comunistas de
izquierda”— la paz de Brest-Litovsk; se opuso a la alianza con
los campesinos para la cooperativización agrícola, como parte de la
construcción del socialismo; armó la “oposición militar”
contra la creación del Ejército Rojo, mientras admiraba a los
viejos militares profesionales del ejército zarista; habló de la
gran importancia de los sindicatos en la URSS, pero los atacó en
cuanto a escuelas de gobierno, de administración económica y de
socialismo; el trotskismo es una forma de oportunismo que niega la
posibilidad de la construcción del socialismo en un solo país.
La lucha del marxismo contra el
trotskismo ha sido permanente desde 1905. Si bien Lenin había
denunciado que el trotskismo levantaba banderas de unidad para atacar
las banderas de unidad, y Stalin había combatido la teoría
trotskista de la “libertad de fracciones” en el Partido como una
teoría antipartido, antagónica al centralismo democrático y a la
disciplina consciente del proletariado, fue el XV Congreso del
Partido Comunista Bolchevique realizado en 1927, el que condenó al
trotskismo como ideología antibolchevique y antisoviética, por lo
cual Trotsky fue expulsado del Partido, de la URSS y de la
Internacional Comunista.
Aunque el trotskismo se asimila al
“izquierdismo” en cuanto a su posición “obrerista” de
rechazo y desprecio por la alianza obrero campesina, no por ello deja
de ser fundamentalmente una variante del oportunismo de derecha, del
revisionismo. El trotskismo dio apoyo expreso y público al “Informe
secreto” que Jrushchov urdiera en 1956 contra la Dictadura del
Proletariado, contra el Socialismo y contra el Camarada Stalin1; el
trotskismo fue un encarnizado enemigo y detractor de la Internacional
Comunista, combatió la Revolución China en sus etapas de Nueva
Democracia y Socialista y, con especial saña, hizo causa común con
los jrushchovistas y hoxhistas contra la Gran Revolución Cultural
Proletaria. Bajo el dogma de la “revolución permanente”, el
trotskismo niega la revolución por etapas en los países
semifeudales y semicoloniales, pregonando la Revolución Socialista
única, pero haciendo de ella una caricatura2 que no va más allá de
las reformas, las nacionalizaciones y el embellecimiento del Estado
de dictadura de la burguesía. El trotskismo es una forma de
oportunismo anti marxista-leninista-maoísta.
1. La negación trotskista de la
experiencia histórica de la Dictadura del Proletariado, cuyos
Estados en Rusia y China no les merecen más que el apelativo de
"Estados obreros degenerados y burocratizados", se
convierte en afinidad oportunista con la valoración que de esa
experiencia hace el revisionismo pseudo-MLM del siglo XXI.
2. Desde los años 70, a los
trotskistas se les conocía por su consigna: "Revolución
Socialista, o caricatura de revolución"; hoy se les conoce por
defender una caricatura de la Revolución Socialista.
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