El plebiscito de salida para decidir entre aprobar o rechazar la propuesta de nueva constitución ha sido presentado como si fuera un “momento decisivo” para el país. Todos los medios de prensa monopolistas, los partidos de gobierno y oposición y el oportunismo en todas sus variantes han trabajado mucho por convencernos de una polarización entre las opciones de apruebo o rechazo, arrastrando a numerosos sectores de masas y organizaciones populares a debatirse entre estas opciones, ¡Como si verdaderamente pudiera definirse en una votación algo que haga cambiar de forma trascendental el destino de país! Pero esa polarización es artificial, y la porfiada lucha de clases no tardará en demostrarlo.
La historia de todas las sociedades de clases es empujada por la lucha de clases. Aunque se le oculte, aunque se le niegue, esta lucha existe objetivamente. Es esta lucha entre las clases reaccionarias y las clases oprimidas lo que define la verdadera contradicción. Esta profunda y verdadera polarización enfrenta los intereses de la amplia mayoría del pueblo con los intereses de las clases reaccionarias de grandes burgueses y latifundistas, y sus representantes políticos que gobiernan esta semicolonia al servicio de los intereses imperialistas. Son intereses distintos y opuestos y no pueden ser conciliados.
Fueron los intereses del pueblo los que se mostraron manifiestos en la rebelión popular de hace ya casi tres años, expresando el profundo odio de clases contenido en acciones contundentes contra los principales intereses reaccionarios, los bancos, AFPs, los supermercados y otros monopolios del comercio; un odio de clase que se levantó también contra las instituciones de este viejo y podrido Estado que sirve y defiende los intereses de lo ricos y poderosos, sus edificios estatales, municipales, sedes de los partidos reaccionarios, cuarteles policiales y militares.
La rebelión mostró el potencial revolucionario del pueblo, empujado por los sectores más combativos de la juventud popular, y remeció las entrañas de esta vieja sociedad, recibiendo el saludo y respaldo de los más amplios sectores del pueblo que, al calor de la lucha de clases, vivieron un anhelado “despertar”. La bandera mapuche se alzó en estas jornadas también como símbolo de resistencia y lucha decidida por recuperar la tierra y todo aquello que les ha sido arrebatado, mientras los símbolos y monumentos de los reaccionarios eran atacados y derribados.
Fue precisamente contra estas expresiones políticas de las masas populares que el conjunto de las fuerzas reaccionarias salió a frenar la protesta con lo único que pueden ofrecer para mantener su situación de privilegio y dominación: toque de queda y militarización, la más amplia represión, asesinatos, encarcelamientos, mutilaciones, torturas. Su Estado de derecho, su derecho burgués y latifundista debía ser impuesto. Y su paz social, su cohesión social debía ser restituida a toda costa.
El “acuerdo por la paz y la nueva constitución” se alcanzó en ese contexto de crisis de esta vieja sociedad, para conducir el descontento popular por sus “canales institucionales”, esto es, de acuerdo a las reglas que las mismas clases reaccionarias se han dado, reglas que no sirven al pueblo, sino que existen para resolver sus propias contradicciones internas y resguardar sus intereses comunes frente a los anhelos revolucionarios del pueblo.
Ante la falta de los instrumentos revolucionarios capaces de impulsar el camino democrático del pueblo, la rebelión popular fue prontamente canalizada por el camino burocrático de las clases reaccionarias. El camino de la nueva constitución desvió la lucha de clases hacia la pugna interburguesa por definir la forma específica que tomaría la reestructuración del viejo Estado, pero sin alterar las bases de la dominación de clase burguesa, latifundista e imperialista de nuestro país, sin alterar la estructura que verdaderamente divide a la sociedad entre clases poseedoras y clases desposeídas, que es la real polarización que cruza toda nuestra sociedad.
Las ilusiones caerán pronto
La nueva constitución fue solo la salida que permitió descomprimir temporalmente la crisis política generalizada de la reacción. Se ha empujado la reestructuración del viejo Estado y se ha conseguido contener temporalmente el ascenso revolucionario del pueblo, pero todas las condiciones que condujeron a la rebelión popular de octubre de 2019 no sólo se han mantenido, sino que se han agudizado.
El costo de la vida sigue en alza constante y el pueblo se empobrece aún más, contrastando con las enormes y crecientes utilidades de los bancos y grandes empresas. La represión al pueblo en lucha también crece, profundizando la prisión política, como también la militarización y los estados de emergencia en los territorios mapuche. El campesinado pobre tiene peores condiciones para el trabajo temporero, aun cuando las exportaciones crecen.
Los anhelos profundos de las masas por ver un alivio a su situación siguen chocando inevitablemente con la defensa de la sacrosanta propiedad privada, ¡que está y seguirá consagrada en cada constitución! Contra la propiedad privada choca el anhelo de tierra para quien la trabaja. Contra la defensa del gran capital chocan las demandas de alzas salariales y condiciones de trabajo y jornada laboral. Contra ello choca también los anhelos de salud, educación, vivienda y vejez digna. Las ilusiones que se han sembrado respecto a que estos problemas pueden ser resueltos, o al menos “encontrar un avance” en una nueva constitución, chocarán también con la realidad de la lucha de clases más temprano que tarde.
Pero en el contexto del plebiscito de salida no son éstas, sino otras las contradicciones que se han pretendido presentar como principales: aquellas que existen entre las distintas facciones de las clases reaccionarias. Las clases reaccionarias no son un bloque único y hay contradicciones también entre ellas, y para resolverlas es que se han dado un sistema político que llaman “democrático”, el que consideran como el único posible hoy. La constitución hoy se debate en esta pugna interburguesa, en las distintas visiones respecto al camino actual de la reestructuración, pero donde si bien difieren en la forma, de una y otra parte aparecen rasgos fascistas y corporativistas en cuanto al tipo de Estado que necesitan para frenar la creciente protesta popular.
Esta falsa polarización que se abrió entre el apruebo y el rechazo a la propuesta de nueva constitución se acaba con el plebiscito. La verdadera polarización que separa los intereses irreconciliables del pueblo y los intereses de las clases dominantes se sigue agudizando.
Ya las ilusiones en el gobierno de Boric, de las “fuerzas nuevas” del oportunismo y el revisionismo se han ido disolviendo poco a poco frente a la realidad de la misma vieja política reaccionaria. Hay en efecto continuidad en la prisión política, la militarización creciente en los territorios mapuche, y la misma vieja política de los acuerdos interburgueses por moderar cualquier aspecto de la nueva constitución que pudiera interpretarse en alguna forma que pudiera afectar sus intereses de clase, incluso antes de ser siquiera aprobada. Asimismo, las ilusiones en que esta nueva constitución pueda resolver los profundos problemas de nuestro pueblo no tardarán en diluirse. Una nueva constitución para el pueblo sólo podrá surgir del triunfo de la lucha revolucionaria de las masas, de la guerra popular que construirá una verdadera democracia para el pueblo, tras demoler parte por parte todo aquello que sostiene esta vieja y podrida sociedad.
Porque aprobar o rechazar es mantener el corazón del sistema actual: no votar y nunca dejar de luchar
La lucha de clases, el motor de la historia, es lo que seguirá movilizando al pueblo más allá de la voluntad reaccionaria que cualquiera quiera imponer. La lucha se seguirá prolongando bajo cualquier constitución construida o reformada dentro de esta misma vieja sociedad dominada por grandes capitalistas y terratenientes al servicio del imperialismo, yanqui principalmente.
En medio de la crisis económica internacional y recesión en el mundo, con mayor monopolismo, parasitismo y descomposición y agonía del imperialismo, en tiempos de guerra, vemos como la ofensiva contrarrevolucionaria general se debilita y la protesta popular crece en combativa rebelión de las masas populares en todo el mundo. Todo camina hacia una mayor agudización de la lucha de clases y las condiciones objetivas para una revolución están plenamente maduras.
Frente a esto, quienes nos situamos en el camino de la revolución y no de reformas debemos definir claramente nuestra posición, pues de esto dependerá saber orientarnos y definir nuestro quehacer político en las batallas por venir.
Nada debemos defender de una vieja o nueva constitución erigida para sostener los pilares de la dominación sobre nuestro pueblo. Por el contrario, el camino democrático del pueblo nos llama a vivir, trabajar y luchar junto a las masas más pobres en el campo y en la ciudad por conquistar con lucha todo lo que les es y seguirá siendo negado. Luchar codo a codo con este pueblo que hoy, con más o menos o ninguna expectativa en este cambio constitucional, es obligado a tomar posición por una u otro sector de las clases dominantes bajo amenaza de multas. Ir forjando allí el camino revolucionario del pueblo y sus instrumentos, aprendiendo y enseñando a combatir de manera cada vez más firme, decidida y efectiva contra todos quienes insistan en defender esta sociedad podrida.
Desechamos las ilusiones constitucionales en cualquiera de sus formas, llamamos a rechazar y boicotear cualquier tipo de elección que busque arrastrar al pueblo a dar legitimidad a este viejo y podrido Estado y nos sostenemos decididamente en el camino de una lucha prolongada por una nueva democracia revolucionaria, el socialismo y el comunismo.
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