Por Mumia Abu-Jamal
La conmoción de Charlottesville, Virginia, está resonando en todo el
mundo. El turbulento río de odio que retumbó por la ciudad destacó un
panorama de paranoia: barras y estrellas, esvásticas, insignias nazis,
cruces del Ku Klux Klan y gorras con mensajes de Trump.
Son la cara oculta de Estados Unidos—ahora descubierta para que todos la vean. Son ‘América.’
Son el filo de la navaja de los millones que escucharon a Trump decir que Obama nació en África. Esto es el trumpese que dice con un guiño del ojo, “Él no es de nosotros. No es un americano de verdad, como nosotros. ¿Comprenden?”
Caras apenas maduras de una generación moribunda, la resaca inadvertida
que llevó a Trump a la Oficina Oval. Pedirle a Trump que renuncie o
condene a estos racistas o sus opiniones, es como pedirles a las uvas
que condenen la jalea. En realidad, no se puede hacer porque ellos son
parte de él, y él es parte de ellos.
Aquí vemos el Trumpismo desenmascarado. Hacer ‘América’ grande de nuevo. No me digas.
Charlottesville, Virginia, es el hijo ilegítimo de Charleston, Carolina
del Sur, donde un joven neo-nazi asesinó a nueve personas negras en una
iglesia hace dos años. Dos ciudades, un ejemplo. La rabia blanca a
punto de hervir. Visible y presente en los dos casos.
Los agravios de personas traicionadas por el capitalismo, por la fuga
del capital corporativo, por el TLCAN y por el reloj del cambio, siempre
dando vueltas, se han vuelto el combustible para que ataquen al eterno
“otro” ––los negros, judíos, latinos, musulmanes, inmigrantes, entre
otros––, a cualquier persona considerada no verdaderamente blanca.
Hacer ‘América’ grande de nuevo. Hacer ‘América’ odiar de nuevo. Hacer ‘América’ blanca de nuevo. Es el trumpismo. ¿Cómo se puede esperar que Trump se denuncie a sí mismo?
Desde la nación encarcelada, soy Mumia Abu-Jamal.
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