Editorial - PT: el gran fracaso del oportunismo
(De A Nova Democracia de Brasil, Año XIV, nº 160,
1ª quincena de noviembre de 2015, traducido del portugués al español por la misma redacción del períodico)
No, no es
la actual coyuntura putrefacta que nos lleva a afirmar que el PT fracasó. Ella
es, simplemente, la manifestación del fenómeno en toda su extensión y alcance,
cuando aquello que en un momento anterior era una señal, ahora es un hecho
concreto.
Mucho antes
de la crisis económica que hunde el país instalarse con todos sus indicadores;
mucho antes de la crisis política que tornó trivial y común en la política
oficial el descaramiento, la desfachatez, la mentira, la corrupción, y
finalmente, el vale todo, revelar claramente que los de abajo no aceptan más
vivir como antes, de engaño a engaño, y que los de arriba no consiguen más
seguir dominando como antes, el PT ya estaba condenado al fracaso. La crisis
moral que avergüenza la nación, inmersa en el lodo en el cual se hunden las
instituciones del viejo Estado — en que las siglas del Partido Único riñen en
una verdadera “bolsa de gatos” y, a la vez, firman acuerdos en altas de la
noche para librarse unos a los otros, como ocurrió en la CPI de la Petrobras y
en los arreglos de Luiz Inácio con Eduardo Cunha —, es apenas la exposición a
la luz del día de los intestinos de un sistema de explotación y opresión
anacrónico que se niega a desaparecer.
Cuando, en
julio de 2002, la edición número uno de AND ya advertía que las cuatro
principales candidaturas al pleito presidencial (en el caso, Serra, Garotinho,
Ciro Gomes y Luiz Inácio) eran “harina del mismo costal”, adelantábamos que, al
firmar el documento, presentado por Cardoso — el cual establecía el total sometimiento
del candidato electo a las imposiciones del imperialismo —, aquellos
postulantes se igualaban al someterse a la política de sumisión nacional
impuesta por el imperialismo yanqui.
Contando en
su coalición desde una cuota de la gran burguesía, representada por su vice
José Alencar, y con el aval de la casi totalidad de las fuerzas dichas de
“izquierda”, Luiz Inácio llega a la gestión del Estado, rápidamente demostrando
a que vino en sus primeros seis meses en el ejercicio del cargo, siendo, por lo
tanto, desenmascarado por AND en su edición de número 10 (junio de 2003), con
el titular ‘Gobierno Lula es un fraude’.
En su
editorial, AND fundamentaba su denuncia aclarando a sus lectores que “Las
oligarquías envían para el aparato estatal y gubernamental sus representantes,
defensores y apologistas, entre ellos desertores de otras clases, formados a lo
largo de las batallas trabadas contra el pueblo. Por eso, el petismo es la
fusión de las ‘teorías tolerables’ con la ‘virtud pagada con el bien’, o sea,
de la renuncia y de la afiliación al ‘bien’ del imperio. Comporta superstición,
populismo, demagogia, servicios de intriga, delación, huelgas administradas y
el sindicalismo domesticado con sus confederaciones conectadas a la CIOLS — esa
central manipulada por USA, su gran aspiración, única fuerza...
transcendental”.
Y, ya
anteviendo lo que vendría a acontecer (y que de hecho no demoró a acontecer)
con la implicación petista con los negocios de las clases dominantes,
adelantábamos que “La élite petista, una escoria salida de la pequeña burguesía
tecnocrática, fue absorbida, esto sí, por los especialistas en negocios del
gobierno y admitida en la administración auxiliar del imperialismo en nuestro
país, principalmente, firmando un continuismo regido a la manera de los
ayuntamientos municipales que se someten al poder centralizador, dominante. No
por casualidad, la dirección petista, cuando aún ensayaba los modos debutantes
que adoptaría en la rampa del poder, marcó orgullosa su primera medida — la de
reconocer obediencia al capital monopolista internacional”.
Trece años después
vamos a encontrar el despojo de un proyecto hijo de la conciliación de clases
que, ideológicamente, se vincula a la convergencia entre las tesis de la
transición pacífica del revisionismo moderno kruschovista con las tesis
imperialistas de la Cepal bajo la estrategia de la “Alianza para el progreso” y
todas las combinaciones oportunistas de ahí derivadas. De ahí que el fracaso
petista es, también, el fracaso de las tendencias trotskistas, revisionistas y
socialdemócratas, hoy abrigadas en siglas cuyas denominaciones nada dicen de su
contenido ideológico, tales como PSTU, PCO, PSOL, PCdoB, Red, PCB y otros
insignificantes que, durante todo este periodo o en parte de él, respaldaron el
embuste.
Si por un
lado es de lamentarse el alto precio pagado por la nación y por el pueblo
brasileño, por otro es preciso reconocer que la historia anda por caminos
tortuosos, donde los fracasos y las crisis abren pasaje a lo nuevo lanzando
abruptamente sus fuerzas para el frente. Objetivamente, hoy, las masas populares,
el proletariado, el campesinado, la pequeña y media burguesías, las clases
oprimidas y explotadas, al tomar cada vez más conciencia del engaño a que
estuvieron sometidas bajo la farsa de la gestión petista, se movilizan,
politizan y organizan dándose cuenta, cada vez más, que estuvieron secularmente
sometidas y que no pudieron, por falta de una correcta dirección, triunfar en
sus revueltas anteriores. Y por esto aún, ellas se encuentran en la búsqueda y
claman por una dirección que levante la nueva bandera, que apunte el rumbo
nuevo, que afirme que es posible un Brasil Nuevo, libre de toda esta
podredumbre. Claman por la dirección revolucionaria que tenga el coraje de
afirmar la Revolución como único camino posible para librar el Brasil de la
secular condición semicolonial y semifeudal, causa de todas las desgracias de
nuestra gente siempre empobrecida y garantía de los privilegios de una minoría
rica, explotadora y opresora.
Actualmente,
en Brasil, la politiquería, más sinvergüenza que nunca, que se ríe de nuestro
pueblo con su calesita de inmundicias, chantajeando unos a los otros (gobierno
y oposición) en la riña por decidir quién caerá y quien seguirá enganchado en
el tope del viejo Estado. Inclusive parece no importarse con la cruzada por
moralización que los verdaderos dueños del poder mueven, asustados con el nivel
de descomposición y desmoralización a que se llegó en las instituciones de su
sistema de explotación y, principalmente, temerosos con un posible tsunami de
revueltas que tal situación prepara y anuncia. Sin embargo, más indiferente
aún, la politiquería se muestra con la desgracia cotidiana que aumenta sobre el
pueblo. Entonces, “que se joda el pueblo”! Pues las “medidas de ajustes” serán
inevitablemente tomadas como reza el abecedario del imperialismo.
Pero, mientras tanto, lo que fermenta entre el pueblo podrá,
mucho antes de lo que se imagina, gestar y parir la dirección que anuncie y
reafirme la promesa y esperanza del nuevo mundo, la promesa y los actos de la
Revolución Democrática en nuestro país.
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