Rebelión
Con una producción de 2.200 millones de pares de zapatos en 2015 (el
9,6% del total mundial), India ha transitado durante años a rebufo
–aunque a mucha distancia- de la potencia china en el liderazgo global
del calzado. Más de un millón de personas en India trabajan en el
sector. Sobre todo en la producción y exportación de zapatos de cuero,
que se venden en Alemania, Estados Unidos, Gran Bretaña, Italia, Francia
o Hong Kong. También importan calzado de india firmas como Harrods,
Pierre Cardin, Nike, Reebok, Versace, Yves St. Laurent, Zara, Johnston
& Murphy, Armani, Massimo Dutti, Bugatti, Christian Dior o French
Connection; adquieren prendas de piel, marcas como Mango, Armani, Marco
Polo, Pierre Cardin o Versace; y compran artículos-accesorios de piel,
emporios como Walmart, Yves St. Lautent, Marks & Spencer, Levis,
Prada o Pierre Cardin. ¿Qué subyace a esta expansión de las macrocifras?
Aporta algunas claves el informe “Se dejan la piel”, sobre la
vulneración de los derechos laborales en la industria del cuero y el
calzado en India, elaborado por Society for Labour and Development de
Nueva Delhi y el Instituto Südwind, de Bonn. La ONG Setem hizo pública
la investigación en España en diciembre de 2016.
Los autores, Vaibhav Raaj, Shashi Kant Prasad y Anton Pieper, vierten en
su trabajo las conclusiones de las entrevistas a 232 obreras, empleadas
en dos de los “clúster” de producción de cuero y calzado más potentes
del país. Uno se ubica en Agra (Estado de Uttar Pradesh), cubre casi el
50% de la demanda nacional de calzado y más de un 25% de las
exportaciones. El segundo eje de la investigación es el “clúster” de
Ambur (Estado de Tamil Nadu). De los testimonios recogidos se infiere
que los trabajadores “se enfrentan a vulneraciones flagrantes de sus
derechos laborales, agravadas por las estructuras sociales excluyentes
de casta y género”. Los empleados de la curtiduría se dedican a las
tareas de esmerilar, despellejar, pulverizar, secar, limpiar, teñir o
embalar. En las factorías del calzado se encargan de engomar, cortar,
coser, las labores de montaje y acabado. ¿Cómo operan los “clúster”? Uno
de los prototípicos, el de Chromepet-Pallavaram (Tamil Nadu), acoge
numerosas curtidurías, centros de manufacturación de calzado y
suministradores de materias primas; pero también talleres de reparación,
almacenes para guardar pieles en bruto y hasta “unidades” productivas
más pequeñas y sin regular, que transforman los restos de la producción
en artículos para la venta. En el “clúster” están presentes asimismo las
instituciones de crédito.
El grupo Tej, constituido en 1962, opera en el sector de la manufactura
del calzado en Agra. Provee a marcas europeas como Balducci, Deichmann o
Hush Puppies, y a países como Reino Unido, Bélgica, República Checa,
Noruega, Australia, Estados Unidos, Canadá, Rusia o Arabia Saudí.
Produce cerca de 15.000 pares de zapatos diarios. El estudio se
fundamenta en 24 entrevistas a personas que se dedican a montar, cortar,
fabricar suelas, el encolado y tareas no cualificadas en factorías del
grupo Tej. A la mayoría de obreros se les remunera con un salario de
carácter diario, asegura el informe, o precio fijo por su labor “a
destajo”. También se practica la contratación a través de Empresas de
Trabajo Temporal (ETT). “Casi ningún trabajador consultado recibió una
comunicación formal o contrato de trabajo, los acuerdos verbales entre
la ETT y los obreros son la norma”, explican los autores del estudio.
El hecho de que no haya documentos acreditativos agranda la precariedad,
ya que excluye a los obreros de las prestaciones sociales, por ejemplo,
el Fondo de Previsión y el Seguro del Estado para Empleados. Además,
buena parte de la plantilla pertenece a grupos marginados por el sistema
de castas; esta discriminación en las factorías del grupo Tej se
extiende a las mujeres, reducidas a las labores –ayudantes o costureras a
mano- peor pagadas; en caso del desempeño de la misma tarea que un
compañero, la remuneración es inferior. En las fábricas analizadas no
participa sindicato alguno (los asuntos se ventilan con el encargado de
fábrica o con la ETT), tampoco existen botiquines en el lugar de trabajo
ni en muchos casos equipos de protección, pese a las frecuentes
quemaduras y cortes. Es más, dado que los trabajadores se ven excluidos
de los servicios sociales, han de pagarse ellos el tratamiento médico.
En Agra, apunta el informe de Society Labour and Development y el
Instituto Südwind, el salario mínimo del personal semicualificado entre
octubre de 2014 y febrero de 2015 se situaba en los 87,5 euros
mensuales; en Ambur, todavía era inferior, 39 euros al mes. La mayoría
de los trabajadores entrevistados en las factorías del cuero y calzado
percibían ingresos por encima del salario mínimo (entre 20 y 160 euros
mensuales), debido a las horas extraordinarias –se trabaja entre ocho y
doce horas diarias- y a que laboran más jornadas al mes. El sistema
implantado no garantiza derechos básicos como el descanso semanal o los
permisos por enfermedad, agrega el estudio. El aumento sin pausa de la
productividad y la creciente autoexplotación en el “destajo” se revelan
como imprescindibles para sobrevivir. Por ejemplo en Ambur, el material
de protección distribuido por las empresas entorpece la satisfacción de
objetivos.
Hace más de dos décadas que Kamakshi (nombre ficticio de una obrera de
38 años) trabaja en la industria del calzado en Ambur. Pese a acumular
años de experiencia en el corte (una labor cualificada), percibe un
salario base equivalente en rupias a 60 euros y un bruto mensual que se
bandea entre los 94 y los 120 euros. Labora todo el día de pie en el
área de corte, cerca del jefe supervisor, quien vela por los objetivos y
para que no se desperdicie piel en el proceso. A diferencia de las
factorías de Agra, esta empresa cuenta con guardería, comedor y
enfermería. Sin embargo, los ritmos productivos y permanecer tantas
horas de pie causan artritis y dolor en las articulaciones. Los químicos
utilizados provocan a Kamakshi mareos y ausencia de apetito. Las
lesiones y dolencias, destaca la investigación, son frecuentes asimismo
en el departamento de costura. La trabajadora entrevistada revela que
los jefes gratifican el alto rendimiento, por ejemplo con pequeños
descansos añadidos a la media hora de pausa para la comida. También
sospecha de ciertas connivencias entre los patrones y el gobierno, ya
que las inspecciones de trabajo resultan muy escasas, poco rigurosas y
se producen a intervalos muy amplios. En la fábrica existe un sindicato,
pero Kamakshi opina que fue cooptado por la dirección.
Ya jubilado, Manikkyam (también nombre ficticio) es un veterano líder
sindical en una de las mayores curtidurías de Tamil Nadu. Ha trabajado
durante cuatro décadas en el sector, desde sus inicios como ayudante no
cualificado en una curtiduría, el paso por el cargo de controlador y
así, pasando por responsabilidades superiores. Recuerda los primeros
años cuando no se empleaban químicos artificiales para reducir los
tiempos de producción ni se contaminaba el medio ambiente. La
penetración de las sustancias químicas llevó al gobierno a endurecer una
legislación ambiental, cuenta el extrabajador, y al cierre de empresas.
Pero las prácticas contaminantes se mantienen, en parte por la
corrupción que entorpece los controles gubernamentales. El sindicalista
afirma haber visto cómo mengua la fertilidad de las tierras agrícolas de
la zona y la práctica desaparición de las fuentes de agua dulce. Su
cuerpo lleva estampadas las huellas de la química, en forma de tumores,
pero la empresa niega cualquier responsabilidad y le recuerda la
disponibilidad del Seguro de Estado para Empleados.
Los investigadores también ponen como ejemplo la actividad de la empresa
Roger Industries Ltd., constituida en 1979, emplazada en Agra y
exportadora de calzado a Europa, Estados Unidos, Sudáfrica, China,
Rusia, Japón y Australia. La producción de este grupo empresarial puede
alcanzar los 100.000 pares de zapatos mensuales. De las 22 personas
entrevistadas –la mitad, montadoras- 20 trabajan con el salario a
destajo o remuneración diaria, y fueron contratados mediante acuerdos
verbales con los supervisores o las ETT. Además la discriminación por
razones de género y casta coinciden con las del grupo Tej. Los salarios
se pagan semanalmente, sin que conste una nómina ni resulten suficientes
para vivir con dignidad. De hecho, se hallan muy por debajo del salario
mínimo estándar, lo que obliga en muchos casos a reducir el dinero para
la alimentación y educación de los hijos. Ninguna de las fábricas
disponía de sindicatos, aseguraron los entrevistados. El estudio es
fruto de la campaña internacional “Cambia tus zapatos”, en la que han
participado 18 organizaciones de Europa y Asia. Denuncia una realidad no
tan lejana, ya que se trata de obreros de factorías que suministran a
firmas europeas como Deichmann, Bata y Rieker. Su situación es
relativamente mejor en la región de Ambur (al sur de India) que en Agra
(al norte del país), debido a las tradicionales luchas obreras. La
investigación apunta un contexto de reformas legislativas que busca mano
de obra flexible para el capital financiero internacional.
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