Biografía
Rosa Luxemburgo nació en la
pequeña población polaca de Zamosc, el 5 de marzo de 1871. Hija de un
comerciante de Varsovia, desde muy joven fue activista del movimiento
socialista. Se unió a un partido revolucionario llamado Proletariat, fundado en
1882. En 1898 se trasladó a Alemania, nación donde el marxismo se encontraba
muy desarrollado al igual que la lucha obrera, esto para unirse al Partido
Socialdemócrata de aquel país (SPD) desde aquí comenzó su férrea lucha anti
revisionista, entrando en polémica con algunos militantes y desenmascarando a
otros, primero se unió con Kautsky en
defensa del marxismo frente al revisionismo de Bernstein, además comenzó su crítica
encarnizada contra al imperialismo y sus guerras e invasiones. Se distanció de
Kautsky y de la mayoría del Partido a medida que éstos se inclinaron hacia los
métodos parlamentarios, desenmascarando y criticando nuevamente al revisionismo.
Junto con Karl Liebknecht encabezó las protestas de los socialistas de
izquierda contra la Primera Guerra Mundial (1914-18) y contra la renuncia del Partido
al internacionalismo pacifista; fue detenida por ello en 1915, pero continuó
escribiendo desde la cárcel. La revolución rusa de 1917 concretó las ideas
políticas de Rosa: oposición revolucionaria a la guerra y lucha para el
derrocamiento de los gobiernos imperialistas. Junto con Karl Liebknecht, y
Clara Zetkin funda la liga Espartaquista (1918) y comienza un levantamiento en
Alemania, un año más tarde la liga pasa a ser el Partido Comunista Alemán (KPD).
Al terminar la guerra fundó el periódico La Bandera Roja, junto con el alemán
Karl Liebknecht. El 8 de noviembre de 1918, Rosa fue liberada de prisión. Al salir se unió al instante a la lucha
revolucionaria, líderes del ala derecha de la socialdemocracia y generales del
viejo ejército del Káiser unieron sus fuerzas para reprimir al proletariado
revolucionario. Miles de trabajadores fueron asesinados; el 15 de enero de 1919
mataron a Karl Liebknecht; el mismo día, el culatazo de rifle de un soldado
destrozó el cráneo de Rosa Luxemburgo. Pero su muerte solo regó la revolución
he hizo más fuerte a clase obrera. Sumado a su consecuencia y gran lucha revolucionaria, su crítica constructiva a la revolución rusa, fue un aporte a ésta, por ello quedó para siempre en el espíritu de todos los
revolucionarios de esa época y los posteriores.
Rosa Luxemburgo, (por Clara Zetkin)
En Rosa Luxemburgo vivía una
indomable voluntad. Dueña siempre de sí, sabía atizar en el interior de su
espíritu la llama dispuesta a brotar cuando hiciese falta, y no perdía jamás su
aspecto sereno e imparcial. Acostumbrada a dominarse a sí misma, podía
disciplinar y dirigir el espíritu de los demás. Su sensibilidad exquisita la
movía a buscar asideros para no dejarse arrastrar por las impresiones externas;
pero bajo aquella apariencia de temperamento reservado, se escondía un alma
delicada, profunda, apasionada, que no sólo abrazaba como suyo a todo lo
humanos, sino que se extendía también a todo ser viviente, pues para ella el
universo formaba un todo armónico y orgánico. ¡Cuántas veces aquella a quien
llamaban "Rosa la sanguinaria", toda fatigada y abrumada de trabajo,
se detenía y volvía atrás para salvar la vida de un insecto extraviado entre la
hierba! Su corazón estaba abierto a todos los dolores humanos. No carecía nunca
de tiempo ni de paciencia para escuchar a cuantos acudían a ella buscando ayuda
y consejo. Para sí, no necesitaba nunca nada y se privaba con gusto de lo más
necesario para dárselo a otros.
Severa consigo misma, era toda
indulgencia para con sus amigos, cuyas preocupaciones y penas la entristecían
más que sus propios pesares, Su fidelidad y su abnegación estaban por encima de
toda prueba. Y aquella a quién se tenía por una fanática y una sectaria,
rebozaba cordialidad, ingenio y buen humor cuando se encontraba rodeada de sus
amigos. Su conversación era el encanto de todos. La disciplina que se había
impuesto y su natural pundonor le habían enseñado a sufrir apretando los
dientes. En su presencia parecía desvanecerse todo lo que era vulgar y brutal.
Aquel cuerpo pequeño, frágil y delicado albergaba una energía sin igual. Sabía
exigir siempre de sí misma el máximo esfuerzo y jamás fallaba. Y cuando se
sentía a punto de sucumbir al agotamiento de sus energías, imponíase para
descansar un trabajo todavía más pesado. El trabajo y la lucha le infundían
alientos. De sus labios rara vez salía un "no puedo"; en cambio, el
"debo" a todas horas. Su delicada salud y las adversidades no hacían
mella en su espíritu. Rodeada de peligros y de contrariedades, jamás perdió la
seguridad en sí misma. Su alma libre vencía los obstáculos que la
cercaban.
Mehring tiene harta razón cuando
dice que Luxemburgo era la más genial discípula de Carlos Marx. Tan claro como
profundo, su pensamiento brillaba siempre por su independencia; ella no
necesitaba someterse a las fórmulas rutinarias, pues sabía juzgar por sí misma
el verdadero valor de las cosas y de los fenómenos. Su espíritu lógico y penetrante
se enriquecía a con la instrucción de las contradicciones que ofrece la vida.
Sus ambiciones personales no se colmaban con conocer a Marx, con dominar e
interpretar su doctrina; necesitaba seguir investigando por cuenta propia y
crear sobre el espíritu del maestro. Su estilo brillante le permitía dar realce
a sus ideas. Sus tesis no eran jamás demostraciones secas y áridas,
circunscritas en los cuadros de la teoría y de la erudición. Chispeantes de
ingenio y de ironía, en todas ellas vibraba su contenida emoción y todas
revelaban una inmensa cultura y una fecunda vida interior. Luxemburgo, gran
teórica del socialismo científico, no incurría jamás en esa pedantería libresca
que lo aprende todo en la letra de molde y no sabe de más alimento espiritual
que los conocimientos indispensables y circunscritos en su especialidad; su
gran afán de saber no conocía límites y su amplio espíritu, su aguda
sensibilidad, la llevaban a descubrir en la naturaleza y en el arte fuentes
continuamente renovadas de goce y de riqueza interior.
En el espíritu de Rosa Luxemburgo el ideal socialista era una pasión avasalladora que todo lo arrollaba; una pasión, a la par, del cerebro y del corazón, que la devoraba y la acuciaba a crear. La única ambición grande y pura de esta mujer sin par, la obra de toda su vida, fue la de preparar la revolución que había de dejar el paso franco al socialismo. El poder vivir la revolución y tomar parte en sus batallas, era para ella la suprema dicha. Con una voluntad férrea, con un desprecio total de sí misma, con una abnegación que no hay palabras con qué expresar, Rosa puso al servicio del socialismo todo lo que era, todo lo que valía, su persona y su vida. La ofrenda de su vida, a la idea, no la hizo tan sólo el día de su muerte; se la había dado ya trozo a trozo, en cada minuto de su existencia de lucha y de trabajo. Por esto podía legítimamente exigir también de los demás que lo entregaran todo, su vida incluso, en aras del socialismo. Rosa Luxemburgo simboliza la espada y la llama de la revolución, y su nombre quedará grabado en los siglos como el de una de las más grandiosas e insignes figuras del socialismo internacional.
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